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Frente a tantos insucesos sociales y políticos pareciera conveniente recordar que, con todos sus defectos, tenemos una democracia imperfecta que sigue siendo la mejor alternativa, tomando como referencia fallidas experiencias de sistemas con economía centralizada. Los economistas, en el mundo, están dedicados a buscar nuevas fórmulas para humanizar el capitalismo, estimulando la creatividad y generando valor, pero controlando los demonios del mercado.
El actual Jefe de Estado ha insistido siempre en la necesidad de pasar del capitalismo salvaje, a un capitalismo amigable que cierre las brechas de la desigualdad y la falta de oportunidades, mediante una industrialización sostenible, amigable con el medio ambiente, que permita alcanzar niveles de dignidad para todos, como un derecho real sin exclusiones de ninguna naturaleza.
El problema es claro. Estadistas y políticos coinciden con los economistas en la necesidad de explorar caminos para salir del laissez faire y de la concentración de capital, agravada por la pandemia, mediante el fortalecimiento de la competitividad y la productividad para contrarrestar la inflación y el desempleo, incluso ideando formulas ajenas a la ortodoxia de los bancos centrales. Sociedades con menos afugias que las nuestras, como la alemana y las escandinavas, ensayan cierta flexibilidad controlada en la contratación, sin descuidar la seguridad social para conjurar el desempleo. El debate sigue abierto pues no hay fórmulas mágicas.
A esa discusión global, se suma aquí, en el seno del Gobierno, una lucha sorda por la dimensión de las reformas y la formulación de políticas públicas, en el marco de la agenda del cambio. Infortunadamente no hay un equipo sólido en el Gobierno y es clara la soledad del Presidente, no solo en lo conceptual sino en lo físico, por su forma de ser, según testimonio de los visitantes de Palacio. Da la sensación que no hay la fluidez y que es escasa la confianza entre quienes integran el equipo que rodea al Primer Mandatario. Fácil es deducir que hay serios problemas de comunicación que entorpecen y dificultan la descomunal tarea de ofrecer la mejor gobernanza, a 50 millones de colombianos.
Es claro que falta esa visión periférica que permite tener una percepción más amplia de la realidad. Da la impresión que hay pocos interlocutores con el mundo exterior, diferentes a los de la plaza pública, que solo escuchan, y eso genera un clima muy particular donde funcionarios de primer nivel, no tienen ningún acceso al centro del poder. Algunos de ellos saben incluso, que su vinculación al Gobierno obedece a personas diferentes al nominador constitucional, como lo confirmó con ingenuidad angelical la despistada exdirectora de Bienestar Familiar. Los escándalos que hoy se ventilan, seguramente obedecen a una interpretación errónea del poder en la casa de Nariño y personas cercanas al Presidente parece que toman decisiones, en temas tan delicados como la nominación de altos funcionarios.
Pese a lo sucedido, nuestra frágil democracia no puede darse el lujo de socavar la autoridad del Jefe de Estado. Quienes conocemos al Primer Mandatario podemos dar fe de su ética intachable en el manejo de recursos públicos, pero en Palacio debe haber una reingeniería, en el ejercicio del poder, para no repetir la comedia de “todo fue a mis espaldas”.