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Por alguna razón, el Presidente de la República que, hasta donde conozco, no juega ajedrez, practica el enroque, jugada que permite ubicarse en un ángulo del tablero, haciendo inaccesible al rey que, encerrado en una torre, restringe el acceso buscando inexpugnabilidad. Esa figura defensiva tiene sus problemas pues aísla los peones, dificulta los movimientos y expone al temido jaque al rey.
El Gobierno equivocadamente, en mi sentir, juega al ajedrez generando dos bandos irreconciliables donde alguien pierde y alguien gana. Eso puede tener validez jugando a la política, pero en la gobernanza es un error que nos puede costar la partida. Gustavo Petro es el Presidente de 50 millones de colombianos. Ganó las elecciones en franca lid, exponiendo tesis de cambio para hacerle frente a un siglo misterioso amenazado por la riqueza, la pobreza y la sobreexplotación planetaria. Convenció en la tribuna y se mostró transaccional con sus contrincantes y detractores, a tal extremo, que los desarmó para ponerlos de su lado. En foros nacionales e internacionales ha conmovido auditorios con tesis acertadas sobre paz, drogas, comercio y cambio climático.
La reforma tributaria pasó el debate democrático y el país, casi sin excepción, aceptó el apretón como una contribución a la solidaridad social de los contribuyentes.
Cuando creíamos avanzar en la superación de la polarización, como prerrequisito de la paz total, llegamos al campo de las reformas y ahí el Gobierno abandona la sindéresis, reta, acusa, emplaza y pierde los estribos.
La reforma a la salud es una necesidad para corregir los desvíos de la ley cien que, en su momento, nos introdujo en el siglo XXI anticipadamente. En 30 años avanzamos, pero caímos en el lodazal de la corrupción y quienes manejaron los recursos de la salud, se pervirtieron, desviaron el espíritu de servicio público de un derecho fundamental, se apoderaron de los dineros públicos he hicieron que el modelo explotara. Se equivocan los defensores de oficio del actual sistema. Son infinitos los casos de defraudación en los servicios de salud.
Las EPS inventaron la perversa integración vertical para quedarse con los recursos y hacer un lucrativo negocio; las Eses son la caja menor de alcaldes y gobernadores corruptos; los hospitales coto de caza de sinvergüenzas que compran, venden los cargos, y tercerizan los servicios para devolver el dinero de los “inversionistas”; los medicamentos, los stent, las prótesis, los servicios de laboratorio, en fin, todo se volvió un negocio de los proveedores que viven muellemente de la Adres.
La reforma hay que hacerla porque el sistema está al borde del colapso. Es imperativo buscar un modo de aseguramiento que beneficie por igual a todos los colombianos, garantizando el manejo transparente de los recursos públicos que no pueden seguir siendo botín de políticos y delincuentes disfrazados de blanco.
Sin embargo, debe quedar claro que las calles no son el escenario de las reformas.
El ejercicio de movilización, de esta semana que termina, fracasó. No es contrastando fotos de manifestaciones, ni parodiando las frases de Guevara desde el balcón de Palacio, como el Presidente puede construir el pacto social que tiene en mente, es el Congreso el ágora indicada de nuestra imperfecta democracia.