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En medio de la tormenta que vive el país por una sumatoria de factores económicos, políticos, climáticos, aunados a la inseguridad y a la violencia, que por momentos se desborda, llama la atención las interpretaciones, de todo orden, que los diferentes actores de la sociedad dan al diario acontecer, signado por una espiral de angustias “in crescendo”. No es exageración afirmar que casi nadie coincide en la lectura o en la interpretación de lo que sucede en el país, pues hasta el otrora idílico nevado del Ruiz cambió radicalmente su comportamiento, lanzando rugidos y columnas de humo, como si quisiera materializar con esas manifestaciones tangibles la incertidumbre que se instaló en el espíritu de la nación.
En ese orden de ideas la visita del Presidente Petro a su homólogo norteamericano Joe Biden, se enmarca en el acontecer cotidiano de nuestra actual coyuntura. Tengo la certeza de que no habrá consenso. A lo sumo, mínimas coincidencias de los opinadores sobre los efectos de la imperial visita. Para contribuir a ese cúmulo de interpretaciones, pienso que fue un encuentro marcado con el sello de la diplomacia donde se tratan temas trascendentales, se toman fotos históricas, se dan abrazos y todo queda ad referéndum de lo que los interlocutores decidan implementar.
Democracia, cambio climático, Venezuela, Amazonía, drogas y paz, eran la agenda obligada con un futuro candidato a la reelección que domina como el que más esos temas, urgido de tranquilizar el ambiente del patio trasero que por momentos inquieta a la opinión norteamericana, ante el giro ideológico de los gobiernos de esta parte del continente.
En cuanto a Petro, hay que volver a reconocer que tiene la capacidad y la inteligencia para interpretar a sus interlocutores y aprovechar los escenarios. Su discurso se acomoda a las circunstancias y hasta su forma de caminar por la Casa Blanca es diferente, a cuando se desplaza por los barriales de Caldono, en sus frecuentes visitas a los resguardos indígenas.
Habrá que tomarse un tiempo para ver si esa histórica visita, que enorgullece al país y al primer Presidente de izquierda de Colombia, llena las expectativas.
Por lo demás, la incertidumbre es inocultable. Las reformas y la paz total trastrabillan, mientras la economía acusa los efectos críticos internos y externos. Funcionarios, políticos y ciudadanos, dan palos de ciego tratando de interpretar los trinos de Palacio, único medio disponible para interpretar las intenciones del Primer Mandatario.
Vivimos un gobierno donde solo una persona sabe para dónde vamos. Eso puede ser bueno si el Presidente acierta y aplica los correctivos esperados por un país que votó el cambio. El resto de los colombianos deben devanarse los sesos para interpretar los mensajes del Twitter presidencial. Los petristas de vieja data no se mortifican porque conocen y aceptan, en aras de sus convicciones, las veleidades del Gobierno. Quienes se ven más incómodos son los nuevos pasajeros del cambio que aparentan confianza, pero ni siquiera logran convencer ni convencerse a si mismos de que vamos en la dirección correcta.
Preocupa la inseguridad dentro y fuera del Gobierno, y alarma que, aun en la nómina oficial, cunda la incertidumbre ante la mirada inquisidora de la jefe de gabinete, única depositaria de la verdad revelada.