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En este mar de pesimismo, incertidumbre y desconfianza, urge asumir posiciones sensatas que inviten al análisis sereno, poniendo en la agenda nacional temas vitales claramente identificados, para que el Gobierno y quienes aspiran sucederlo, aterricen el debate y retomen lo fundamental que desafortunadamente no coincide con lo que produce aplausos y votos.
La ultima medición Gallup indica que 70% de los encuestados consideran que las cosas en Colombia están empeorando frente a solo 19% que piensan lo contrario. El grado de pesimismo de los colombianos es uno de los factores, sin que sea el único, del negativo desempeño de la economía en lo que hace referencia a la demanda que no levanta cabeza, debido a la desconfianza del consumidor. La tendencia no parece cambiar en los últimos cuatro años y constituye, per se, un inquietante factor persistente en el tiempo.
Según Gallup, la corrupción (86%) sigue siendo la epidemia más grave de nuestra sociedad, y es claro que así lo siente el ciudadano de a pie. Le siguen, en su orden, el costo de vida, la economía (80%), la inseguridad (81%), la salud (83%), el desempleo (77%), el medio ambiente (70%), el narcotráfico (58%) y la lucha contra la pobreza (67%), siendo el narcotráfico el que en menor proporción incomoda a los colombianos, mientras consideran, pese a la enconada cruzada de algunos sectores francamente intransigentes, que la reincorporación de la guerrilla avanza por buen camino (50% de los consultados).
La cereza la puso Standard & Poor’s al bajar la calificación soberana de BBB a BBB-, lanzando una seria advertencia de que caminamos en la cuerda floja y que cualquier desliz, en nuestro manejo económico, nos puede arrojar a las tinieblas, junto a países cuya deuda es de difícil cobro y cuyos títulos se convierten en “basura”. Es claro entonces que las preocupaciones ciudadanas coinciden con el juicio que desde afuera hacen las calificadoras de riesgo. De nada valen los cantos de sirena de nuestro MinHacienda, cuyo margen de maniobra se agota. La reforma tributaria fue un fracaso en la medida que tapó un hueco y destapó otro. Le metió la mano al bolsillo, a la clase media y baja, con el IVA, que es el impuesto más regresivo, y afectó la demanda frenando el consumo y agregando nuevos factores a la desaceleración económica.
El combo está completo. El Gobierno debe aplicarse a estimular el ahorro, a frenar el gasto sin llegar extremos que afecten la demanda que nos pondría en el indeseable camino de la recesión, y a reducir al mínimo la cómoda tendencia de financiarse incrementando la deuda que ya alcanza cifras preocupante con relación al PIB. Lo demás corresponde al nuevo gobierno.
En ese orden de ideas, se equivocan quienes recurren a la descalificación o a los argumentos mendaces para eliminar adversarios en esta contienda electoral. Me parece más positivo invitar a que los candidatos a la Presidencia muestren, de cara al país, sus verdaderas intenciones en temas sociales y económicos. Hay reformas insoslayables en materia tributaria, pensional, de salud, de educación, de tenencia de la tierra, que deben ser acometidas, independientemente de la posición política del futuro Presidente. Los populismos o fórmulas fáciles y simplistas que proponen soluciones milagrosas, son tentaciones de izquierda y de derecha que deben ser rechazadas. Es tan irresponsable ofrecer la eliminación del IVA, como prometer aumento de la edad de jubilación, para resolver los problemas fiscales.