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El último año se ha visto afectado por una subida acelerada de los tipos de interés a nivel mundial para frenar la inflación. Generalmente, es la Reserva Federal de los Estados Unidos la que marca la pauta para el resto de los países.
En un esfuerzo por controlar la inflación, este organismo ha incrementado los tipos de interés de 0% a 5,25% en un tiempo récord, ya que la inflación anualizada en julio de 2022 en Estados Unidos llegó a 8,5%, un nivel que no se veía desde 1981. Los esfuerzos han comenzado a dar resultados. Se espera que el año cierre entre 3,9% y 4,2%, con una posible reducción de las tasas de interés hacia mediados o finales de 2024.
Este entorno de altas tasas de interés ha puesto freno a una industria que parecía imparable en los últimos 10 años: la del capital de riesgo. Para dar una idea, según Pitchbook, las inversiones de capital de riesgo en 2012 ascendían a US$23.500 millones, mientras que para 2022 esta cifra llegó a US$162.000 millones, lo que denota un crecimiento exponencial de la industria.
El capital de riesgo es el que ha financiado las famosas startups (como Uber, Airbnb y, en el caso de Latam, Rappi, Mercado Libre, entre otras), lo que ha llevado a la aparición de animales mitológicos o los famosos unicornios y decacornios, que son empresas con valores esperados de mercado entre US$1.000 millones y US$10.000 millones, respectivamente.
El problema radica en que, para que estas expectativas de valor se hagan realidad, estas empresas se centran en incorporar clientes o usuarios a la mayor velocidad posible, sin tomar en cuenta la rentabilidad. A manera de ejemplo, para estas empresas, US$1 de ingreso viene acompañado por US$2 de pérdida, con la esperanza de que a medida que los usuarios o clientes aumentan, esta relación disminuya hasta que sean rentables.
Mientras esperan esta futura rentabilidad se deben “quemar” millones de dólares en el proceso. Como ningún banco presta dinero a alguien que debe perder dinero para ganarlo en el futuro, este vacío lo llena la firma de capital de riesgo, que se convierte en socio minoritario de la empresa para lograr este cometido. Sin embargo, el capital de riesgo se basa en pedir préstamos bancarios garantizados por el capitalista de riesgo, lo cual era un buen negocio en épocas de tasas de interés bajas.
Si algunas startups quebraban, la que sobrevivía pagaba con creces el riesgo mediante una emisión de bolsa, generando así ganancias extraordinarias para los capitalistas de riesgo que compensaban las pérdidas en otros negocios y dinero más que suficiente para pagar sus préstamos bancarios.
El problema con los altos tipos de interés es que esto hace que el negocio del capital de riesgo deje de ser rentable, ya que sus costos de financiación se han incrementado exponencialmente, obligándolos a invertir menos o a liquidar sus posiciones más rápidamente en posiciones no rentables. Esto conlleva a una pérdida de confianza por parte de otros inversores institucionales.
Un ejemplo de lo anterior es la quiebra del Silicon Valley Bank, considerado el banco insignia para este tipo de negocios. Por consiguiente, se espera que en los próximos años muchos de estos “animales mitológicos” pasen de ser unicornios a burros, que es como se les dice en la jerga de la industria de capital de riesgo a los unicornios que no cumplieron con sus expectativas de valor.