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El histórico de resultados obtenidos por Colombia desde su ingreso al Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (Pisa), realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) para medir los conocimientos de los jóvenes en diversas áreas, evidencia que la educación financiera en el país no puede continuar siendo una tarea del mañana.
Así, en la competencia de conocimiento financiero, los últimos resultados de la prueba indican que mientras el promedio de los países miembro de la Ocde es cercano a 500 puntos, Colombia suma un total de 379, una brecha que podría elevarse debido a la pandemia. Lo anterior evidencia un vacío en el proceso formativo de nuestros niños y jóvenes, que ha derivado en una baja comprensión sobre aspectos generales en esta materia, así como en barreras para la adquisición de hábitos que aporten a su salud financiera en el largo plazo.
Parte de las implicaciones de esta situación se evidenciaron en el Índice de Inclusión Financiera de Credicorp pues, en la actualidad, 15% de los colombianos desconoce o no identifica productos financieros formales y un porcentaje significativo señala que no le interesa o no necesita el sistema financiero. Además, también destaca el bajo conocimiento sobre la digitalización como plataforma para facilitar el pago de servicios, solicitar productos o realizar transferencias.
Este panorama deja claro que la educación financiera es una necesidad latente y transversal entre los colombianos, de manera que, adicional a los currículums en las escuelas, desde el sector financiero se deben seguir promoviendo esfuerzos para complementar el camino de aprendizaje de los estudiantes, porque esto ayudará a otorgarles conocimientos prácticos que les permitirán entender el funcionamiento del sistema financiero y saber cómo sacarle provecho desde edades tempranas.
En ese sentido, la colaboración entre el sector y el Estado debe ser uno de los pilares fundamentales para mejorar la educación financiera en el país al aprovechar las iniciativas en curso o por implementar. Por ejemplo, de lograrse la aprobación del actual proyecto de ley que busca integrar la asignatura de Economía y Finanzas a los pénsum de la educación básica y media -estrategia aplicada en Reino Unido- se daría paso a un abanico de oportunidades para crear sinergias de alto impacto que se reflejaran en mediciones como las Pisa.
Sin embargo, es claro que la apuesta por la educación financiera no debe limitarse al resultado de un examen, sino que debe tratarse de una estrategia continua y permanente para otorgar a los niños y jóvenes las capacidades analíticas que los lleven a tomar mejores decisiones futuras en sus finanzas personales, familiares o empresariales, y así eviten caer en la cultura de la inversión errada, la ausencia del ahorro y el sobreendeudamiento.
Finalmente, debo reiterar que la educación financiera en Colombia no solo es uno de los grandes retos que tenemos para asumir los desafíos de los próximos años, sino que, tal vez, es el punto de partida para que como sociedad podamos equilibrar la cancha del desarrollo, amplificar sus beneficios y avanzar en la senda del progreso de forma progresiva.