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Toda persona es finita, falible e incierta. Asimismo, siempre está en la búsqueda del conocimiento y la esencia de la verdad, pretende alcanzarla y no deja de existir quien procure poseerla.
La verdad y su esencia se trata de alcanzar como si fuera una moneda contante y sonante, ya lo manifestó G. E. Lessing en su extraordinaria obra ‘Nathan el sabio’. Somos finitos, falibles e inciertos, además, poseemos el amor por el conocimiento porque la construcción de la ciencia es una necesidad para vivir, esta es la naturaleza humana.
Reconocer que somos finitos, falibles e inciertos es clave para la construcción de una cultura de paz porque, como creación humana, es artificial y obra del ingenio y la imaginación y está integrada por un cúmulo de valores, conocimientos, fábulas, mitos, practicas, técnicas, religiones, artes, sentimientos, en fin, de todo lo concebido por los seres humanos al construir su mundo y relacionarse con la naturaleza.
En consecuencia, la cultura de la paz es creación colectiva y la paz no es posible construirla en una mesa de negociaciones con un grupo armado. Es de todos.
La paz no se puede construir por fuera de una cultura de paz. En este sentido, no es responsabilidad de la mayoría, sino una construcción de todos.
Comprender que la paz no es propiedad de los violentos ni tampoco de los hombres de poder es un deber de la convivencia. Tiene que ser total porque es una cultura.
En esta dirección, la paz no admite propietarios, es como la esencia de la verdad en la que todos tenemos el derecho de participar en su conocimiento, pero nadie puede pretender poseerla. Huelga decir, nadie puede ser excluido de su búsqueda.
La paz no puede ser impuesta ni decretada por un gobierno y actores armados. Apoyo y defiendo el discurso de la paz total, pero se hace necesaria la creación de un ambiente de tolerancia para su construcción.
Lessing en un texto, “Acerca de la verdad”, enseña: “Si Dios tuviera encerrada en su mano derecha toda la verdad y en la izquierda el único impulso que mueve a ella, y me dijera: << ¡Elige! >>, yo caería, aún en el supuesto que me equivocase siempre y eternamente, en su mano izquierda, y le diría: <<¡Dámela, Padre! ¡La verdad pura es únicamente para ti!>>”. Esta es una enseñanza que nos debe guiar para la construcción de una cultura de paz.
Reitero, la construcción de una cultura de paz parte de reconocer que somos finitos, falibles e inciertos y que nadie es dueño de la verdad y la paz, y por la naturaleza de los seres humanos nadie, en particular, podrá poseerla, solamente Dios es su dueño y la ofrece a todos.
Es suficiente seguir las palabras del Creador cuando en la Biblia nos orienta que la paz es obra de la buena voluntad, al decir: “¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”.
En consecuencia, lo que se requiere para la construcción de la paz es la buena voluntad de todos, una gran capacidad de amor y respeto al prójimo acompañada de perdón, olvido y reconciliación. Todo en el marco de un ambiente de tolerancia y pluralismo, al recordar que somos finitos, falibles e inciertos y que la verdad y su esencia no es posible poseerla, sino participar en su búsqueda y que su construcción es de todos y no de una mayoría provisional, es una cultura.