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La declaración de elección presidencial en una democracia representativa en un Estado de Democrático de Derecho debe ser el resultado de un proceso en el que se le garanticen a los participantes en el debate electoral la igualdad y la libertad en un ambiente de tolerancia y de pluralismo en el que reine la máxima transparencia.
El resultado electoral no puede ser reducido a un informe en el que se registre una declaración de voluntad construida en forma fraudulenta por un organismo que no ofrece confianza por la falta de imparcialidad y en el que a los candidatos no se les garantiza la oportunidad de defender cada voto ciudadano.
Imparcialidad y transparencia deben orientar y gobernar el proceso electoral en una democracia representativa, muy especial, en los sistemas presidencialistas de reelección indefinida, en los que por la estructura de las instituciones se dificultan y a veces hacen imposible que el derecho a la alternación en el poder pueda realizarse a plenitud como derecho humano de contenido político.
Pasan los días, las semanas y el resultado electoral más reciente en Venezuela con la elección de Nicolás Maduro sigue bajo sospecha.
El fraude es latente, el voto ciudadano está siendo desconocido, ignorado y atacado, la soberanía política de esa república está siendo aplastada, lo que implica brindar apoyo a la ciudadanía y a su poder soberano que descansa en el artículo quinto de la Constitución Política de ese país que reza así: “La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien lo ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente, mediante el sufragio, por los órganos que ejercen el poder público”.
El pueblo, la ciudadanía de Venezuela, el ciudadano, el soberano, en la actualidad es una víctima de un Gobierno que es una dictadura de un presidente arbitrario que tiene a su voluntad como ley e intenta que le reconozca como tal.
Bien lo dice dice José Alfredo Jiménez en su ranchera “El Rey” o el personaje del “Otoño del Patriarca” de Gabriel García Márquez persiguiendo eternizarse en el poder presidencial y para tal fin, pone a su servicio a las Fuerzas Armadas y pasa por alto que estas están para la defensa del poder soberano de la república: la ciudadanía.
Las Fuerzas Armadas no deben permitir que se les cambie su papel constitucional de ser instrumento de la defensa de los derechos del soberano: la gente, y por el contrario pase a convertirse en su enemigo, en el verdugo de su libertad y de sus derechos, en otras palabras, en un juguete para los perversos fines de un sátrapa.
El mundo civilizado debe rodear de apoyo a la ciudadanía venezolana para que se obedezca la voluntad del soberano manifestada en la elección presidencial.
Gloria al bravo pueblo, que el yugo lanzó, la ley respetando, la virtud y honor. ¡Abajo cadenas! Gritaba el Señor, y el pobre en la choza libertad pidió. A este santo nombre, tembló de pavor, el vil egoísmo que otra vez triunfó. Gritemos con brío. ¡Muera la opresión! Compatriotas fieles, la fuerza es la unión. Y desde el Empíreo, el Supremo Autor, un sublime aliento al pueblo infundió. Unida con lazos que el cielo formó, la América toda existe en nación, y si el despotismo levanta su voz, seguid el ejemplo que Caracas dio.
¡Gloria al bravo pueblo nos enseña el patriótico himno venezolano!