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Mi partido -el único partido en que he militado- se encuentra en una encrucijada. Hablo del Partido Liberal: el que me sedujo, me seduce y, con absoluta confianza, me seguirá seduciendo. Un partido que defiende ideas como la defensa de la libertad, la autonomía del hombre para elegir su destino y la garantía del cumplimiento de los derechos humanos; ideas que siempre he defendido y defenderé, y que por eso me hacen decir, con seguridad y orgullo, que soy liberal.
El Partido Liberal se encuentra en un cruce de caminos y le corresponde tomar decisiones frente a las elecciones presidenciales y parlamentarias del año entrante. No es la primera vez que se ha encontrado en una encrucijada, ni será la última. Han sido varias las oportunidades en que, desde su nacimiento en 1848, ha debido conducir luchas al interior de la organización para lograr grandes transformaciones políticas en Colombia. Siempre la respuesta ha sido tramitar las diferencias con dialogo sincero y directo, y, por supuesto, con mecanismos claros. Esta vez la solución no es diferente: debemos seleccionar una alternativa que nos permita construir con imaginación una salida democrática, así como ha sido nuestra viva tradición, y con la responsabilidad de interpretar la indignación nacional.
El país se encuentra en un momento en que la autoridad - valor superior de la democracia- no es respetada. Me refiero a la autoridad como principio rector del Estado de Derecho y no de las autoridades particulares; una preocupante radiografía que demuestra una crisis del derecho y de la Ley en nuestra sociedad. El Partido Liberal no puede permanecer en silencio frente a esta situación y está llamado a dar un paso al frente, asumiendo un papel protagónico. Esto, indudablemente, implica la responsabilidad de seleccionar una alternativa con el fin de triunfar en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias. No veo un camino democrático distinto al de la deliberación amplia, tolerante y pluralista.
Escribo este artículo mientras leo “Las ideas liberales en Colombia. 1849 - 1959”, obra magna de un maestro liberal como lo fue Gerardo Molina. En este tipo de momentos, es imprescindible acudir a fuentes como él y otros grandes liberales, para recordar que, ante la crisis moral de la república y el asomo de las orejas del lobo del totalitarismo, el Partido Liberal tiene que convertirse en un muro de contención.
La selección de un procedimiento democrático interno para definir el candidato presidencial del Partido Liberal no puede esperar más. Esta encrucijada debe tomarse como una oportunidad para fortalecer la colectividad. Estoy convencido de que los partidos constituyen la esencia y el valor de la democracia, como lo enseñó Hans Kelsen. La democracia descansa en el espíritu y hombros de los partidos políticos. El Estado de Derecho, la existencia de los partidos políticos y la democracia, son partes indivisibles de una misma ecuación; por ende, partidos políticos débiles significan un Estado de Derecho débil. En este sentido, al Partido Liberal y a su dirección política le cabe la inmensa responsabilidad de conducir a la república por el buen camino, sirviendo de columna vertebral de la democracia y al Estado de Derecho.
Seleccionar el candidato presidencial y las reglas democráticas de procedimiento para su escogencia es su tarea principal. Sé que el Partido Liberal lo hará.
NOTA: importante la aspiración de Héctor Riveros a la Corte Constitucional. Participó activamente en la redacción de nuestra Carta Magna y su ordenamiento territorial.