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Todo está en la palabra. El mundo es palabra. El hombre fue creado en la palabra. Nos los dicen las Sagradas Escrituras, muy en particular, el libro de Génesis que narra: “Entonces dijo: <>.
Cuando Dios creó al hombre, lo hizo a su imagen y les dio su bendición. Los creó en palabra de amor, iguales, pero diferentes. Recibieron el don divino de la palabra con la finalidad de que iguales como seres humanos construyeran mundos posibles, distintos y en libertad.
Los dotó del don de la palabra para que hablasen entre sí y en condiciones de simetría construyeran su mundo en libertad. Iguales, pero diferentes, insisto, somos iguales en cuanto miembros de la especie humana, pero cada uno tiene un sello que lo hace diferente.
Por ser nuestro destino vivir en la diferencia, tenemos que admitir y vivir en ellas pacíficamente. Y Dios nos dotó no solamente de palabras, sino de lenguajes distintos con el fin de reafirmar que somos iguales y diferentes. Por ser diferentes nos asiste nuestro derecho a tener nuestra propia visión del mundo.
Estamos condenados a convivir en la diferencia al ser sociables por naturaleza como bien nos enseña Aristóteles en “Política” cuando dice: “(…) el hombre es un ser naturalmente sociable, y que el que vive fuera de la sociedad por organización o por efectos del azar, es ciertamente, o un ser degradado, o un ser superior a la especie humana”.
La democracia construida sobre los pilares irrenunciables de libertad e igualdad es una forma de gobierno que se fundamenta en la misma igualdad, libertad y en la diferencia para vivir en paz, orden y respeto a los derechos.
La democracia fundamentada en la igualdad y en la diferencia de hombres libres requiere del diálogo respetuoso y de la comprensión mutua. No se trata de imponer la ideología política que cada uno tiene a consecuencia de una mayoría circunstancial que se tenga, sino que el gobierno democrático debe construir mundo político en la pluralidad y en la diferencia.
La democracia no es el reino de la mayoría, es el reino de las reglas políticas y jurídicas para convivir en la diferencia. Identificar la democracia con la regla de la mayoría que se aplica es empobrecer su esencia y es abrirle camino a que por imposición se caiga en una dictadura totalitaria que la destruya a ella y al Estado de derecho.
La democracia, en consecuencia, se construye en el diálogo sensato y plural, para escuchar al otro, comprenderlo y construir un consenso en la diferencia.
En “Arte y verdad en la palabra”, el filósofo Hans Georg Gadamer, nos dice: “Tener capacidad de oír es tener capacidad de comprender”. La democracia no puede mantenerse ni crecer en un diálogo entre sordos. Necesita oír al otro porque si no escuchamos sus razones, es imposible que se gobierne en democracia y tampoco es posible mantener una sociedad bien ordenada en paz y respeto al Estado de derecho y a la dignidad humana.
Recuperar el diálogo democrático debe ser una tarea permanente en nuestro entorno. Finalmente, no se trata de quien tiene la mayoría, se trata de oír al otro para fortalecer el gobierno de la democracia que es el reinado de la palabra y de las razones de todos.