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En la democracia contemporánea es esencial el proceso de selección del Gobierno representativo, la forma en cómo se gobierna, con qué reglas de juego formales y materiales se seleccionan los gobernantes, con qué pautas administran los recursos públicos y el tiempo en que están investidos de poderes, cómo y cuándo se remplazan.
Las pautas institucionales del Estado democrático contemporáneo están sometidas a las construcciones políticas y jurídicas emanadas de la cultura Occidental contenidas en los valores, principios y reglas de la democracia nacida en la antigua Grecia y enriquecidas hasta nuestros días.
En todo este tiempo se ha transitado de la democracia directa a la representativa, y en esto es clave las elecciones, espacio en el que reside la soberanía política.
En el Estado Constitucional de Derecho, la soberanía no reside en el Parlamento, sino en la ciudadanía, que es el poder constituyente.
Diferenciar entre poder constituido y el constituyente no puede perderse de vista en una democracia porque esa confusión le abre camino a la arbitrariedad y la tiranía.
En consecuencia, en el Gobierno representativo y la democracia representativa en el Estado Constitucional de Derecho, la ciudadanía no puede ser despojada de su poder constituyente por nada ni nadie.
El ciudadano, cuando elige dentro de un sistema electoral y bajo sus reglas, confiere una limitación temporal al Gobierno representativo.
Designa un gobernante para un período específico, luego, el Parlamento no puede desconocer tal decisión con recortes o ampliaciones de los periodos del mandatario.
En una democracia representativa es esencial que las elecciones y su sistema electoral estén fundados en reglas que ofrezcan seguridad, igualdad y transparencia en los comicios. Esa forma de gobierno, sin sistema electoral, en rigor, es una caricatura de sí mismo.
José Ortega y Gasset, el genial filósofo español, en La rebelión de las masas, lo describe así: “La salud de la democracia, cualesquiera que sea su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral.
Todo lo demás es secundario. Si el régimen de comicios es acertado, si se ajusta a la realidad, todo va bien; si no, aunque el resto marche óptimamente, todo va mal. Roma, al comenzar el siglo I antes de Cristo, es omnipotente, rica, no tiene enemigos delante. Sin embargo, está a punto de fenecer porque se obstina en conservar un régimen electoral estúpido”.
Nuestro sistema electoral también es estúpido. No es materia de discusión. Lo es porque se ha establecido para afianzar la centralización política y consolidar un fuerte régimen presidencialista, lo que liquida la democracia en las regiones periféricas, a las que despojaron de sus Parlamentos locales y, con esto, de su autonomía territorial.
No desaprovechemos la oportunidad de revisar ese modelo electoral y la democracia en su conjunto. El sistema de gobierno debe ser regional.
Por este motivo, la sociedad civil y el ciudadano deben ser invitados a deliberar, antes de seguir corrigiendo un sistema electoral que se vuelve peor de lo que es.
Unificar las elecciones y el calendario electoral y prolongar el período de los gobernantes actuales fortalece la centralización política, empobrece aún más nuestra democracia y desprestigia el sistema electoral y el Gobierno representativo. Mirar una reforma política integral con la participación del constituyente, es la tarea.