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Cómo lo advertimos en la primera parte, Margaret Thatcher está detrás de este despelote que amenaza incluso la integridad de su país. Irlandeses del norte han pensado y los escoceses han reiniciado procesos para realizar referendos para intentar separarse de Inglaterra como consecuencia del Brexit. Y un lejano antecedente es que, en 1984, la Dama de Hierro decidió destruir la industria del carbón y a la principal organización de trabajadores del Reino Unido, el Sindicato Nacional Minero - el NUM. Para lograrlo legalizó el esquirolaje, mandó a centenares a la cárcel, aumentó el número de policías y autorizó el uso de perros y caballería en la represión de la protesta. Lo dicen documentos oficiales ya desclasificados.
Esta fue una de las principales decisiones de su revolución neoliberal. Cerró toda la industria, el sindicato languideció y hoy la situación económica y social de las antiguas cuencas mineras al norte de la isla es un desastre: pueblos abandonados, el mayor desempleo y pobreza del Reino Unido. Esa población sin esperanza, empobrecida y explotada es la mayor fuente de votos de la extrema derecha y en buena parte son los que se creyeron las falsas noticias que se inventaron sobre el asesinato de tres niñas a manos de un inmigrante ilegal y africano el 29 de julio que desataron una semana de saqueos, violencia y ataques a todo el que no fuera blanco y rubio en Inglaterra. El detalle es que el sospechoso resultó no ser migrante y de nuevo el dueño de X participó desde su cuenta en la viralización de estas mentiras y promoviendo la violencia.
Justo en esas fechas estrenaban en Colombia “El Ultimo Bar”, dirigida por Ken Loach un director clásico del cine progresista y laboral. La historia de un bar que se desmorona, en un pueblo que está cerca de desaparecer, donde sobreviven en la pobreza y la rabia algunos de los protagonistas de la huelga del carbón de 1984 y a donde al final del verano llega un grupo de personas refugiadas de Siria. Lo que podría haber terminado en violencia, se resuelve fácilmente gracias a la cooperación entre refugiados y locales gracias a que abren un comedor donde todos y todas se encuentran, cooperan, comparten sus historias y culturas y se reconocen como víctimas. “El Último Bar” termina con propios y recién llegados saliendo juntos a resistir el orden de cosas, o el desorden más bien, al fin reconocen que refugiados y mineros son igualmente víctimas.
Ahora bien, todo este odio al árabe, al musulmán, a los latinos o a los africanos masificado por la propaganda durante varias décadas oculta el enorme problema de envejecimiento y caída de la natalidad en Estados Unidos, en Europa Occidental, incluso en Colombia.
Distintos estudios sugieren que en el 2050 la Unión Europea requiere entre 60 y 70 millones de trabajadores para sobrevivir. El Banco de España por su lado dice que en 2053 solo ese país necesitaría 25 millones de inmigrantes para trabajar. El gobierno del Reino Unido informó que hay más de un millón de puestos sin cubrir o Alemania alerta que en el 2030 el país tendría un déficit de 500 mil enfermeras, enfermeros y cuidadores. Y, a este lado del océano, en los EE.UU. se dice que se necesitaban siete millones de migrantes en los siguientes cinco años solo para suplir empleos faltantes.
En nuestro caso la inmigración venezolana si se queda en sus números actuales será beneficiosa para la economía, la sociedad y la cultura del país. La natalidad se desplomó en Colombia y la paulatina inclusión de los 2,8 millones de inmigrantes podría ayudar a sostener el sistema pensional y educativo. Lo que pondría en riesgo a Colombia -y claro a Venezuela- es el estallido de una guerra civil allá en la que además intervengan otras potencias, produciendo una tragedia humanitaria como la de Siria y una estampida de millones de refugiados. Por eso es apenas sensata y responsable la posición de nuestro gobierno, en asocio con Brasil y México, de llamar al diálogo y a la moderación. Nos estamos jugando mucho.
No menos importante aún es la visión ética y religiosa de este fenómeno global, como lo planteara recientemente el mismo Papa Francisco al señalar que cuando se trabaja sistemáticamente por todos los medios para repeler a los migrantes, se convierte en un “pecado grave”.
Las mentiras de la derecha han crecido en el terreno fértil del empobrecimiento provocado por cuatro décadas de globalización neoliberal, pero la respuesta no es el “iliberalismo” que consiste en cerrar las fronteras a las personas, encerrarse en las fronteras nacionales, destruir el estado de bienestar y fortalecer la capacidad represiva, mientras se le entrega la riqueza nacional a una pequeña oligarquía.
Si queremos pensar en un mejor mundo para todos, debemos contribuir a desmontar las mentiras y las falsas noticias contra la inmigración.