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Todos conocemos ya la trama de ‘La Sociedad de la Nieve’ y los hechos que reconstruye con detalle, maestría y contenida emoción. Un grupo de jóvenes uruguayos, llenos de juventud y de ambición, pero también unidos por fuertes lazos de amistad, muy disciplinados, se estrellan en lo más alto de los Andes entre Chile y Argentina en octubre de 1972.
Y 16 de ellos lograrán sobrevivir contra toda estadística y esperanza en una de las pruebas de resistencia más fuertes del siglo XX. Aunque creo que las personas sobrevivientes a los genocidios ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial o las grandes batallas del frente ruso pueden contar historias peores.
Pero lo que quiero hacer hoy es señalar cómo está película provocadora, es además una obra de arte sustentada en la más poderosa e imprescindible capacidad humana: La cooperación, la acción colectiva. No voy a dar una clase sobre el tema, pero la decisión que estos muchachos tomaron en el momento justo, de sobrevivir juntos a pesar de las mayores fortalezas de algunos y de hacer lo que hubiera que hacer para lograrlo, es para mí la mayor lección de este filme.
Los teóricos de la acción colectiva lo llaman “el dilema del prisionero” en el que dos partes cooperan a pesar de que podrían resolver no hacerlo y sacar ventaja de la decisión. Pero estos jóvenes decidieron no dejar atrás a ninguno y sobrevivieron.
A partir de ahí juegan las decisiones visuales y narrativas del director Juan Antonio Bayona y su extraordinario equipo, decidir grabar la película cronológicamente y acordar con los actores una dieta alimenticia que les permitiera vivir sensaciones similares a los personajes reales, grabar buena parte de la película en zonas nevadas y gélidas en Chile y España, contar con un equipo de actores jóvenes y desconocidos que pusieron toda su fuerza y voluntad en asumir papeles difíciles. Decidir que el punto de vista (desde donde la cámara mira y la historia cuenta la trama) fuera Numa Torcatti, el más callado, pero el más observador y comprometido en mantenerse unidos, le inyecta a la cinta toda la pasión y la emoción, pero hace todavía más visible el centro de la historia: la decisión de actuar colectivamente y el poder que tiene la fuerza del grupo al vencer, incluso en las circunstancias más difíciles.
Sin duda esas decisiones sobre cómo contar esta historia atroz han convertido ‘La Sociedad de la Nieve’ en una de las películas más vistas y comentadas en los últimos meses y la recomiendo especialmente sobre todo a tantas personas que pertenecen a organizaciones sociales y sindicatos. Sobre lo que significa y lo mucho que puede lograrse con la acción colectiva, a sobrevivir a pesar de las enormes dificultades que enfrentamos todos los días, dificultades que el individualismo a ultranza, que nos ofrecen los libertarios de ultraderecha tan de moda al sur de América, no resolverán nunca si lograran devolvernos, como predican, al estado de naturaleza.
Esta película, guardadas las proporciones, le dice mucho a los trabajadores y trabajadoras, a las organizaciones sindicales. Antes de llegar al gobierno mi vida como líder sindical o como abogado laboralista al lado de los trabajadores me llevó a participar de la creación de sindicatos, sentarme en decenas de negociaciones colectivas, participar de huelgas, paros, protestas, ser parte de acciones judiciales de todo tipo. La vida sindical me explicó la ley laboral, como le digo a mis estudiantes, no está en el viejo código sustantivo del trabajo.
En la práctica y sufriéndolas, aprendí de las dificultades que han enfrentado los trabajadores que deciden cooperar, unirse, sindicalizarse para sobrevivir en contextos laborales en los que la explotación, la discriminación y la obligación de callar son la regla y no la excepción, así el derecho diga lo contrario.
Como muestran muchos estudios, la experiencia de tantos compañeros y compañeras y la mía propia, el sindicalismo nace allí donde parece imposible y nace por la conciencia de personas que viéndose humilladas al peor trato, el del grito permanente, el empujón, el encierro o el exceso de trabajo, muchas veces no pagado y menos aún reconocido, resuelven colectivamente enfrentar juntos el problema de sobrevivir y luchar por el reconocimiento de su dignidad.
Claro, la vida en las organizaciones es una permanente lucha entre los ideales y el choque entre lo mejor y lo peor de la especie humana, todas las organizaciones son imperfectas y hay conflictos a diario, pero cuándo a pesar de todo lo malo, logramos actuar juntos, es mucho lo que se alcanza.
Las relaciones individuales en el mundo del trabajo no son entendibles sin la acción colectiva que conquistó derechos para millones y mantiene la idea central de que el trabajador no es una mercancía. Las imágenes de la masiva huelga general del 24 de enero en Argentina o los videos de las mujeres trabajadoras apoyándose y denunciando juntas los maltratos en la Universitaria de Colombia, son ejemplo, entre muchos, del valor necesario para actuar colectivamente.
Otra película que circula hace poco va más allá y resalta la importancia de las grandes coaliciones para lograr avances sociales importantes, es “Rustin”. La historia del gran líder afroamericano Bayard Rustin que ideó y coordinó la organización de la célebre Marcha sobre Washington de 1963 que reunió a 300.000 personas, que contó con total patrocinio de la AFL-CIO y reunió a iglesias, movimientos sociales, partidos políticos que convirtieron esa gran movilización, donde el Dr. Martin Luther King Jr. expresó el discurso “Tengo un sueño”, en una movilización por la dignidad y la igualdad en el trabajo. Semanas después, el Congreso de los EE.UU. aprobó una gran ley de derechos civiles a la que siguieron otras como la de registro electoral, historia que vimos en otra buena película: ‘Selma’.
‘La Sociedad de la Nieve’ y ‘Rustin’ son muy útiles y dejan lecciones sustantivas. No son solo relatos históricos, nos explican la importancia de los movimientos sociales en la concreción de cambios históricos, la acción colectiva es nuestra gran fortaleza y el gran poder que tenemos, sin acción colectiva el trabajo decente no sería realidad para al menos 40% de los trabajadores del mundo y más de 50% de las personas que trabajan en Colombia.
En general el cine masivo no valora lo suficiente las historias colectivas, por eso debemos siempre rescatarlas y hacerlas visibles. Juan Antonio Bayona demoró 10 años en conseguir los recursos para hacer esta película en español y con jóvenes actores. En inglés y con varias divas gringas lo habría logrado antes, pero no habría sido mejor. La suya es una vindicación del cine latinoamericano y español. Hay principios y valores en los que no podemos ceder.