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Hace menos de dos meses nos preguntábamos (06.07.2023) ¿cómo una organización paramilitar privada, que ejerce desde la sombra como un apéndice del ejército ruso que había sido, por años, sumamente útil para los intereses de Moscú, se sublevó? Hoy Yevgeny Prigozhin, líder del Grupo Wagner, quien desafió a la Rusia del todopoderoso Putin, está muerto.
Los calificados como críticos o “traidores” al régimen de Putin, suelen tener accidentes o muertes trágicas, esta vez fue un siniestro aéreo. De forma menos furtiva, en marzo de 2018, se determinó la suerte del exespía Serguéi Skripal y su hija Yulia, envenenados por presuntos agentes rusos en la ciudad inglesa de Salisbury.
Por su parte, la suerte de dos Borís no fue mejor. Nemtsov, quien apoyaba a Putin y se empezó a oponer a medida que se reducían en el país las libertades civiles, lo intentaron disuadir con repetidos arrestos y en febrero de 2015, pocas horas después de instar al público a unirse a una marcha contra la participación militar de Rusia en Ucrania, recibió cuatro disparos por la espalda. Berezovsky, otro duro crítico que llevaba trece años en Londres como asilado político, en 2013 fue hallado muerto por ahorcamiento en el baño de su mansión a las afueras de Londres.
En 2009 la fatalidad alcanzó a dos abogados y dos periodistas. Primero, en el mismo suceso, fueron tiroteados en Moscú el abogado ruso Stanislav Markelov, defensor de derechos humanos y la periodista Anastasia Baburova quien, dos horas antes, había entrevistado a su acompañante sobre las medidas legales que iba a interponer contra el indulto concedido a un oficial ruso combatiente en Chechenia.
Por otro lado, Sergei Magnitsky, abogado, que denunció episodios de corrupción entre altos funcionarios rusos, murió -sin atención médica- bajo custodia policial, después de haber sido golpeado. Natalya Estemirova, periodista que se dedicó a documentar los secuestros, ejecuciones sumarias, torturas y otros abusos contra civiles en Chechenia, fue secuestrada y hallada muerta en un bosque de Ingushetia.
Alexander Litvinenko, en 2006, oficial fugitivo del servicio secreto ruso, especializado en investigar el crimen organizado, murió envenenado en un hospital de Londres. En el mismo año fue acribillada la periodista Anna Politkovskaya, quien desde el diario ruso Novaya Gazeta denunció las violaciones a los derechos humanos cometidas en Chechenia.
Paul Klébnikov, editor de la revista Forbes en ruso, que investigaba posibles casos de corrupción en las altas esferas de Rusia, fue asesinado a tiros en 2004 a las puertas de su oficina. Ese año cayó Zelimján Yandarbiyev, presidente de los rebeldes chechenos en el exilio, que murió luego que una bomba cayera en su auto. Se supo que varios agentes de inteligencia rusa estuvieron detrás del asesinato.
A tiros murieron dos diputados liberales. En 2003, Serguéi Yushenkov, quien presidió el comité parlamentario que investigó los atentados contra unos edificios de apartamentos ocurridos en septiembre de 1999 y de los que Moscú culpó a terroristas chechenos, creía que fueron orquestados por los servicios secretos rusos para iniciar una segunda guerra contra la república separatista. En 2002 murió Vladímir Golovliov, uno de los cinco copresidentes de Rusia Liberal, que se habían fijado como objetivo acabar con el régimen totalitario del Kremlin.