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Cierra el año peor de lo que empezó, a los conflictos de Siria, Yemen, Etiopía y Afganistán, y al interminable entre Israel y Palestina, se sumó la guerra en Ucrania, que completa 13.218.000 personas desplazadas. Esta última, invisibilizando las otras, como si fuera una serie de TV nos ha ido mostrando la destrucción progresiva del país. Armas y ayudas financieras intentan hacer retroceder a Putin quien, pese a las sanciones (censura al petróleo, topes al precio de gas y otras), apuesta por dilatar el conflicto.
Se avisora un mundo más inseguro en 2023. Cambió la política armamentística alemana, Suecia y Finlandia renunciaron a su neutralidad frente a la Otan, y se esta bloqueando el envío de cereales ucranianos para provocar hambre en África y Medio Oriente y mayor presión migratoria a Europa. La estabilidad del viejo continente dependerá de la inflación, del costo energético y político que dejará el invierno y la forma como enfrente la migración en primavera.
La vía diplomática a la que aludíamos como una solución a los alardeos temerarios de finales septiembre no tendrá cabida, cualquier cesión implicará algún tipo reconocimiento a las anexiones de Rusia, que más tarde o temprano invitará a Putin a ir por otro territorio. Occidente -temeroso de una conflagración nuclear- está atado mientras quiera contener el conflicto dentro de las fronteras ucranianas y la única posibilidad de que Ucrania gane la guerra es que reciba la suficiente cantidad y calidad de armas, no solo para frenar a los rusos, sino para atacarlos en su territorio.
Esto de hacer cosas sin orden ni concierto, también es frecuente entre nosotros y explica la crisis en Perú y las reacciones de sus vecinos. En julio de 2021 nos referimos a los militares peruanos en retiro, incluido el exalmirante Jorge Montoya (congresista), pedían a las Fuerzas Armadas no reconocer a Pedro Castillo como presidente debido a las denuncias de “fraude sistemático”. Proponían recurrir al Congreso “para dar una solución democrática”, esto era convocar elecciones y, entretanto, Montoya como presidente del Congreso, asumiría la presidencia. Castillo, inepto y al parecer corrupto, fue un presidente arrinconado por una clase política atomizada, que desde su elección buscó revertir la voluntad popular. Tembloroso, emulando a Fujimori, pero sin apoyo de las Fuerzas Armadas, intentó anticiparse a un impeachment (vacancia) por “incapacidad moral permanente”. Unos y otros instrumentalizan la desafortunada Constitución peruana que explica la inestabilidad política desde 2018, toda vez que permite, tanto la disolución del Congreso como la vacancia del Presidente
Los presidentes de Argentina, Bolivia, México y Colombia, pensando en la suerte de los gobiernos progresistas, con fundamento en la Convención Americana, defienden los derechos políticos de Castillo, quien no fue vencido en juicio. No obstante, Castillo no fue vacado por corrupción sino por romper el orden institucional, y eso es lo que lo inhabilita. De ahí que Boric y Lula no se sumaron. No reconocer la asunción de la vicepresidenta que asume en transición, mientras se convocan elecciones, es ingenuidad política, no solo porque esta es fruto de la voluntad popular, sino porque en su defecto asumen los que querían desconocer a Castillo desde que fue electo. En todo caso, la solución la tienen los peruanos.