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En la columna anterior nos referimos al intercambio epistolar entre Albert Einstein y Sigmund Freud, donde el primero, atendiendo la propuesta de la Liga de Naciones y del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, le preguntó al segundo sobre las razones detrás de la guerra y si había una manera de evitarla. Hoy nos ocupamos de la respuesta que Freud tituló “¿por qué la guerra?”.
Sorprendido por la naturaleza de la pregunta que le hacía un físico a un psicólogo, Freud entiende que quien pregunta es un amante de sus semejantes y que él no estaba llamado a formular propuestas prácticas sino, más bien, a explicar como psicólogo la posibilidad de prevenir las guerras. De ahí que se refiriera a que los seres humanos tienen instintos innatos de agresión y destrucción (thanatos), que son tan poderosos como los instintos de vida y amor (eros).
Como la guerra es una manifestación de ese instinto destructivo, argumentó sobre la dificultad de reprimir esos instintos agresivos mediante leyes y normas, pues los instintos siempre encuentran formas de expresarse y la guerra es una de esas formas de expresión colectiva. Instintos agresivos que se verán agravados con la manipulación de los líderes y Estados para sus propios fines, exacerbando los conflictos. De ahí que para mitigar la guerra, hablara de la importancia de crear y fortalecer instituciones internacionales que promovieran la cooperación y la resolución pacífica de conflictos.
Sin embargo, a pesar de su pesimismo de eliminar por completo la guerra, Freud sugirió que la educación y el desarrollo cultural podrían ofrecer alguna esperanza de aplacar la agresión humana y promover la paz. Para ello sugirió que los instintos agresivos podrían ser canalizados hacia otras actividades que no sean destructivas. Estas actividades podrían incluir el deporte, la competencia sana en el ámbito laboral, y otras formas de sublimación que permitan una descarga de la energía agresiva sin causar daño. También creía en el fortalecimiento de la razón y el progreso cultural para ayudar a controlar los impulsos destructivos. Le apostaba al conocimiento, la educación y la cultura como herramientas de gestión de los instintos agresivos de manera más constructiva.
Por lo anterior, enfatizó en la importancia de la formación de individuos menos propensos a la agresión. Creía en una educación para la paz, que fomentara la empatía, la comprensión mutua y los valores como medios para construir una sociedad más pacífica.
En resumen, siendo consciente de la fuerza de los instintos agresivos en la naturaleza humana -de ahí su pesimismo sobre la completa erradicación de la guerra-, creía en la posibilidad de canalizarlos y controlarlos a través de la sublimación, el desarrollo cultural, la educación y las instituciones internacionales.
Hoy, las terapias psicológicas fomentan la sublimación, reconociendo su importancia para la salud mental y la reducción de la agresividad; el desarrollo cultural construye puentes entre naciones y comunidades; la educación para la paz se ha integrado en muchos sistemas educativos como piedra angular en la formación de individuos que contribuyan a una sociedad más pacífica; y las instituciones internacionales, pese a sus desafíos y limitaciones, son esenciales para la cooperación y la mitigación de conflictos. Entonces ¿por qué las guerras?