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El 6 de abril de 2017 hablamos de la ausencia de deliberación interior -que por ahorrar esfuerzo cognitivo- nos lleva a interiorizar los hechos en “caliente”. El 29 de junio del mismo año, dijimos que no podíamos evadir nuestra responsabilidad por convertirnos en caja de resonancia de lo que es falso.
Hasta qué punto la responsabilidad se deja a la duplicidad que tiene el lenguaje y al propósito que persigue quien lo usa. Una charla informal, un discurso o un escrito -incluso científico- puede relativizar lo bueno y lo malo, lo útil y lo inútil, lo honorable y lo deshonroso, lo justo y lo injusto. Falta de ponderación y objetividad que facilita que se crea en lo que provoca excitación y regula las emociones. No debatimos, permitimos que la emocionalidad se imponga a la racionalidad.
En un año electoral en Latinoamérica -incluida Colombia- los discursos dicen basarse en el liberalismo, y cada candidato y campaña instrumentaliza el lenguaje en favor de su “talante liberal” y en contra de los opositores que más amenacen su interés. Pero al final, ¿qué es ser un liberal? Mario Vargas Llosa el 28 de enero de 2016 en La Nación de Argentina, respondía el interrogante, primero -con base en el Quijote y la literatura de su época (fines del siglo XVI y comienzos del XVII)- señalando que entonces el liberalismo solo tenía connotaciones éticas y cívicas, y se refería al hombre de espíritu abierto, bien educado, tolerante y comunicativo.
Luego recordaba que gracias a la ilustración (fines del siglo XVIII), además, tuvo que ver con la libertad -combate la esclavitud, los dogmas y el absolutismo- y el mercado -contra el intervencionismo de Estado, defiende la propiedad privada, el libre comercio y la competencia-. En el XIX un liberal es, en esencia, un librepensador que quiere emancipar a la sociedad del oscurantismo religioso y defiende el Estado laico. De hecho interpreta a ese como al progresista de hoy, defensor de los derechos humanos.
El colectivismo y el estatismo, que se promueve con el marxismo, reduce -en muchos casos- al liberalismo a defender un sistema económico y político -el capitalismo-, pues el socialismo y el comunismo quieren abolirlo en nombre de la justicia social. Por último, precisa que liberal y liberalismo hoy son principios distintos -según las culturas y los países- y a veces contradictorios.
El liberalismo no es una doctrina esencialmente económica “que gira en torno del mercado como una panacea mágica para la resolución de todos los problemas sociales”. Extremo dogmático que desprestigia las ideas liberales que hace que se las vea “como una máscara de la reacción y la explotación” y que explica, entre otros, el rechazo del escritor a Pinochet en Chile y Fujimori en el Perú.
En Bogotá, en el lanzamiento de La llamada de la tribu, el escritor no solo habló de los intelectuales liberales que lo influyeron, aprovechó las preguntas para respaldar a Iván Duque el candidato que reedita a Álvaro Uribe como Keiko Fujimori pretendió con su padre Alberto Fujimori. ¿Cómo explicar ese apoyo, si en Colombia como en Perú, esos regímenes -entre otras cosas- despreciaron la legalidad y el respeto de los derechos humanos con la venia de los medios de comunicación?
El Nobel, como el suscrito, aprovechamos la duplicidad del lenguaje. Al lector le corresponde el esfuerzo cognitivo o guiarse por sus emociones.