MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
En medio de tantos desafíos globales, la reciente cumbre de presidentes suramericanos en Brasil abre -o al menos sugiere- un camino para relanzar o innovar en una unión regional. El planteamiento de Lula Da Silva, aprovechando el simbolismo de haber promovido la constitución y firma del tratado que dio origen a la Unasur, busca -en medio de un “orden” lleno de tensiones- un compromiso renovado con la integración que favorezca una voz unificada.
No se trata de una idea nueva. En noviembre de 2022 “la reconstrucción de un espacio eficaz de concertación suramericana”, partiendo de la base de que la Unasur todavía existía y era la mejor plataforma para reconstituir un espacio de integración en América del Sur, fue promovida por siete expresidentes sudamericanos (Michelle Bachelet, Rafael Correa, Eduardo Duhalde, Ricardo Lagos, José Mujica, Dilma Rousseff y Ernesto Samper).
La idea entonces, y confiamos que así sea la de Lula, no era una simple reconstitución del organismo, por el contrario, sería necesario incluir en sus propósitos una dimensión económica, comercial y productiva y eliminar la regla del consenso en la toma de decisiones. Recordemos que las discusiones que derivaron en su origen, inicialmente se centraron en una Comunidad Suramericana de Naciones como escenario de convergencia económica entre la Comunidad Andina y Mercosur.
Por esos días, el profesor Detlef Nolte, con fundamento en el concepto de la “organización zombi” que acuñó la politóloga Julia Gray en el debate académico sobre la vida y muerte de organizaciones internacionales, se preguntaba si no sería mejor reconstruir este escenario de integración de América del Sur de abajo hacia arriba. Se refería a restablecer -como instituciones independientes- los consejos suramericanos exitosos (Salud, Infraestructura y Planeamiento).
Soportaba su propuesta en que una cooperación más técnica en temas específicos evitaría debates políticos en temas controvertidos y, adicionalmente, la imagen de estos consejos no cargaría con la imagen “dañada” de Unasur.
No obstante, cabe reiterar otra pregunta de Nolte que cobra tanta o más relevancia ahora: ¿cuán realista es esta propuesta? La reciente cumbre en Brasil fue ambigua en dos aspectos trascendentales, lo que renazca o surja, no puede obviar el mandato a los socios en materia de protección de los derechos humanos y garantías de elecciones justas y transparentes.
En este punto la Unasur, con su estatuto electoral de 2013, descafeinó el monitoreo propio de las misiones de observación con las llamadas “misiones de acompañamiento”.
Al mismo tiempo, debemos sincerar el alcance de la integración económica regional, ningún proceso de los existentes cuenta con un comercio que entre socios supere el 13%, por el contrario, son competidores en productos y mercados de destino.
La Unasur fue una organización intergubernamental cuyos avances y retrocesos estuvieron marcados por un altísimo grado de presidencialismo, de ahí que los conflictos entre presidentes la paralizaron.
En todo caso, la clave es consolidar y profundizar las estructuras y organizaciones existentes dando un nuevo impulso a los procesos de integración y cooperación regional.
Para ello es necesario privilegiar las marcas no desgastadas, enfatizando en lo técnico, en el comercio y siempre respetando los derechos humanos y la democracia.