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En nuestra columna del 19 de agosto de 2021, nos referíamos a la cuenta regresiva en la que estamos, nuestra supervivencia depende del nivel del calentamiento del planeta -del que somos responsables- y no somos conscientes de la necesidad de emprender una inmediata reducción de los gases de efecto invernadero tendiente a la cero emisión de CO2. Sino limitamos la subida de la temperatura media de la Tierra a 1,5 °C la salud de la agricultura y, por consiguiente, la nuestra rozará su grado de tolerancia y si la superamos no solo será crítica sino que no habrá posibilidad de revertirla.
De ahí la imperiosa necesidad de asumir comportamientos responsables con la sostenibilidad y de comentar la reciente opinión de Cristina Monje en El País. Ella empieza por develar unos mitos en los que solemos caer. El primero, que el problema no lo tiene el planeta, este es un ente físico que puede recuperarse, pero no necesariamente en el tiempo que necesitan los sistemas biológicos que soporta (seres vivos). La Tierra puede recuperarse de muchos de los desafueros a que la sometemos, como sucedió con la reducción -casi absoluta- del agujero de la capa de ozono gracias al Tratado Internacional en el que los Estados se comprometieron al prohibir los cloroflurocarburos. No sucede lo mismo con las sequías recurrentes, la falta de una solución oportuna pone en riesgo de morbilidad y mortalidad a más de 55 millones de personas cada año, en sus palabras, la crisis climática nos enferma y nos mata y favorece una sociedad más desigual y violenta, pues exacerba la desigualdad existente, las brechas de género, los conflictos.
El segundo mito a tumbar, aunque cada vez sea más evidente, es que enfrentar el cambio climático no es un asunto del futuro, sino del presente. Cita lo acontecido en este verano en España, donde se enfrentaron 42 días -oficialmente declarados- de olas de calor (siete veces más que el promedio calculado entre 1980 y 2010). Y el tercer y último mito al que se refiere es, a nuestro juicio, el más útil, pues trata del enfoque que le damos a la estrategia para revertir el cambio climático. La estrategia implica transformar modos de vida y esa transformación la percibimos como un sacrificio a cambio de un futuro. Si seguimos considerando que el modelo de vida actual es deseable y, lo más grave, placentero, cualquier cambio en este implica una renuncia, un sacrifico.
La transición ecológica debe entenderse como la oportunidad de revisar nuestras ideas de bienestar, para que sean coherentes y consecuentes con el mantenimiento de la vida y el disfrute de la naturaleza. El consumo de cigarrillo, desde 2010, ha disminuido de forma significativa, en más de 60% de los países, porque hoy no concebimos el dejar de fumar como un sacrificio. Por qué debería serlo el optar por caminar o la bicicleta en lugar de estresarnos dentro de un automotor por horas, o abrirse a distintos universos de sabores, si disminuimos el consumo de carne. De la misma manera, aislar adecuadamente las casas, en lugar de perder energía refrigerándolas o calentándolas.
La COP27 en Sharm el Sheik (Egipto) será otra respuesta tímida y tal vez tardía de la Convención Marco de Naciones Unidas contra el cambio climático que no nos exonera de la responsabilidad individual para adoptar comportamientos más responsables con la sostenibilidad.