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En nuestra columna del 21 de julio pasado, hacíamos referencia a la errada creencia latinoamericana de pensar que la materialización real de los procesos de integración depende fundamentalmente de los Estados. Solemos olvidar que los liderazgos personales fueron la clave del éxito europeo.
Sin Alcide de Gasperi, primer ministro italiano, no se hubiera dado la mediación entre Alemania y Francia, y desconocer que Jean Monnet y Robert Schuman, político y ministro franceses, fueron los arquitectos de la integración europea, es creer que el camino existía y no era necesario inspirar a los otros a soñar con una paz duradera mediante una estrategia económica conjunta. Por ello Konrad Adenauer, canciller alemán, defendió e impulsó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, eliminando el papel destructivo de estos bienes, convirtiéndolos en un nexo de unión para pensar y actuar en conjunto.
Johan Willem Beyen, político neerlandés, convenció a todos con su plan de una plena cooperación para desarrollar la unión aduanera y Joseph Bech, ministro luxemburgués, lideró la Conferencia de Mesina que permitió superar la primera gran crisis y que se tradujo en la Comunidad Económica Europea. Entre tanto, Paul-Henri Spaak, ministro belga, persuadía a los países a suscribir tratados vinculantes como la forma más eficaz de garantizar la paz y la estabilidad.
En tiempos más cercanos, la integración más amplia y profunda -adhesión de España y Portugal, ciudadanía europea, libre circulación de personas, política exterior y de seguridad común, estrecha cooperación en asuntos de justicia e interior y reglas de convergencia en la zona euro- se la debemos a François Mitterrand y Helmut Kohl. Jacques Chirac y Gerhard Schröder fueron decisivos en la ampliación al centro y este de Europa, y la superación de la crisis institucional y económica se debe a la excanciller alemana Ángela Merkel.
En otras palabras, los liderazgos, ambiciosos o tímidos, no son irrelevantes, los primeros ayudan a crear, superar crisis y avanzar, y los segundos determinan la paralización.
Por el contrario en nuestra región, como señala Carlos Malamud, se ha caracterizado por un exceso de retórica y un déficit de liderazgo que ha obstaculizado la integración y de ahí que muchos veamos el proyecto de la moneda única entre Brasil y Argentina como un nuevo ejercicio retórico, parecido a lo que en su momento fueron las ideas de un Banco del Sur y un Sucre como moneda para la mayoría de los países suramericanos.
Es curioso que se siga insistiendo en los ejercicios retóricos, cuando siete de cada diez latinoamericanos -de acuerdo con un estudio del BID de 2022- apoyan la integración con países de la región y la mayoría de las constituciones privilegian este tipo de cooperaciones. En América Latina y el Caribe seguimos siendo más competidores que socios -casi siempre con los mismos bienes y en los mismos mercados-. Es hora de pensar estrategias y formular políticas conjuntas que nos lleven a actuar en conjunto, especializándonos en lo que realmente somos competitivos, con miras a ampliar nuestros intercambios e insertarnos mejor, como región, en el mundo.
De ahí que volvamos a insistir que la coincidencia ideológica de gobiernos en las economías más fuertes de la región (Brasil, México, Argentina, Chile, Colombia y Perú) es terreno fértil para liderazgos audaces.