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Desatar un miedo intenso y continuo es el arma del terror islamista en contra de Occidente. Atropellar y/o apuñalar peatones en un lugar concurrido de una ciudad cosmopolita parece ser la estrategia más eficaz. Las nacionalidades de las víctimas aseguraran notoriedad y sensación de vulnerabilidad.
Victoria Camps, en Europa y el Islam, recuerda que desde el 11 de septiembre no cesamos de cuestionarnos sobre el porqué de este horror: ¿cuáles son los motivos?, ¿quiénes son los terroristas?, ¿quién es más culpable? Y aunque toda respuesta explica algo, ninguna es suficiente para entender las dimensiones que adquiere este horror: pobreza, desclasamiento, memoria de la colonización, resentimiento, ausencia de secularización en el mundo árabe.
La insuficiencia de las respuestas -entre otras razones- se puede explicar por quienes son los terroristas, muchos nacidos y educados en Europa, hijos o nietos de migrantes no integrados del todo en sus sociedades, pero que no padecen más pobreza o exclusión que millones de personas de ese u otro continente. Tampoco lo son los líderes de Al-Qaeda y Daesh, entonces ¿serán simplemente psicópatas o fanáticos?
En el primero de los casos los interrogantes se centrarían en el porqué de la patología y, en el segundo, en el porqué de la ceguera ideológica. Mario Vargas Llosa en Sangre derramada se decanta por el fanatismo, explicándolo como “aquella forma de ceguera ideológica y depravación moral que ha hecho correr tanta sangre e injusticia a lo largo de la historia”, y recuerda que todo extremismo, religioso o ideológico, no se libra de la “obcecación que hace creer a ciertas personas que tienen derecho a matar a sus semejantes para imponerles sus propias costumbres, creencias y convicciones”.
Por su parte, con o sin respuestas, en Occidente no dejan de aparecer quienes equiparan musulmán con terrorista. Simplificación y prejuicio que tiende a un fanatismo tan delicado como el que quieren combatir. Ninguno de los dos reconoce el pluralismo.
Philippe d’Iribarne -que nació en Marruecos y es francés- en El islam frente a la democracia, evidencia las contradicciones entre el pensamiento islámico y los ideales democráticos. Entiende la cuestión como crítica desde dos perspectivas: la integración de las comunidades musulmanas en las sociedades occidentales y el futuro de esos países. Pone de relieve la dificultad que tiene el pluralismo en el Islam, solo con ver la Declaración de los Derechos del Hombre, y confrontar con el art. 22 de la Ley islámica (Sharia) “todo hombre tiene derecho a expresar libremente su opinión siempre que esta no se contradiga con los principios de la Sharia”, podremos entender parte del dilema.
No obstante, como dice Camps, si bien el Islam estigmatiza la discrepancia, como toda religión de libro, ella es interpretable. Enfatiza en que es una minoría la que se suma a Al-Qaeda y Daesh frente a los que conviven pacíficamente con Occidente o buscan integrarse en sus costumbres y en las oportunidades que les brinda. Por ahora -muchos coincidimos con ella-, parece quedar claro que el yihadismo lucha contra la democracia y se aprovecha de ella. No es coherente combatir terror con terror: menos dogmatismo y más tolerancia, pues la democracia se funda en derechos -libertad, legalidad, igualdad- y estos no deben sacrificarse. Como Barcelona ¡No tengamos miedo!