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Analistas 23/05/2024

Vuelve y juega

Eric Tremolada
Dr. En Derecho Internacional y relaciones Int.

En 2018, Donald Trump impuso aranceles a las dos terceras partes de los bienes importados desde China, que en ese entonces se estimó en un monto de US$360.000 millones. Xi Jinping reaccionó de la misma manera, hasta que en 2020 se entró en una etapa de distensión, donde el primero se comprometió a reducir aranceles de algunos bienes y el otro se comprometió a aumentar sus compras a los Estados Unidos.

Guerra comercial de la que en su momento nos hemos ocupado en esta columna y que en estos años ha generado a la hacienda de los EE.UU. más de US$200.000 millones en tributos fronterizos y un encarecimiento de los muebles, calzado y otros bienes que se trasladó a los consumidores estadounidenses.

Hace diez días se dio un anunció que exacerbará la guerra. Joe Biden comunicó una respuesta “a políticas comerciales injustas” que tienen por objeto proteger los empleos de sus ciudadanos. Se aumentó de 25% a 100% los aranceles de vehículos eléctricos, de 25% a 50% los aranceles sobre los paneles solares, y para los productos de acero y aluminio, la tasa impositiva pasará de 7,5% hasta 25%. Baterías de litio y minerales críticos subirán de 7,5% a 25% y grúas de barco a tierra de 0% a 25%. En 2025, los semiconductores duplicarán la tasa, de 25% a 50%, y en 2026, los guantes de goma médicos y quirúrgicos la triplicarán de 7,5% a 25%.

La reciente decisión de Washington de mantener los aranceles vigentes a los bienes de origen chino y expandirlos a nuevas áreas, es llamativa. Primero, no contribuye a disminuir la inflación y, segundo, porque el proteccionismo empieza a ser una causa común entre demócratas y republicanos. Ya no defienden los beneficios de los intercambios comerciales globales y menos en medio de una campaña electoral.

La Unión Europea y Reino Unido empiezan a discutir si se debe frenar las importaciones de autos

Como se acostumbra a decir en estos casos, se trata de “medidas justas” que responden a las prácticas comerciales de Pekín, a la que señalan de obligar a compartir a las empresas occidentales que operan en China información clave, para apropiarse de su conocimiento.

Al calor de la campaña electoral, el ahora aspirante Trump, quien se califica como un “hombre de aranceles”, propone un aumento general que oscilaría -según el caso- de 10% a 60% sobre las importaciones de bienes procedentes de China. Y pensando en los Estados claves para su elección, no deja de atacar a Biden por promover los vehículos eléctricos, una medida que, a su entender, terminará por destruir a las empresas automotrices de EE.UU.

El gobierno actual niega que la campaña electoral o la política interna estadounidense hubieran influido en la decisión. Sin embargo, y así lo señalan algunos expertos, los americanos parecen estar dispuestos a aceptar automóviles más caros, si eso ayuda a proteger sus empresas y sus empleos.

Washington, además, aduce que las tecnologías verdes del sector automotriz, tendientes a la transición energética y sostenible a largo plazo, no deben estar dominadas por un solo país, y de ahí que no deje de observar el comportamiento de las ventas de las empresas chinas en Europa y otros países, confiando que adopten medidas similares.

En todo caso, y pese al interés y plazos definidos por adoptar tecnologías limpias en este sector, ya la Unión Europea y Reino Unido empiezan a discutir si se debe frenar las importaciones de automóviles eléctricos procedentes de China.

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