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En un entorno cada día más turbio, más Vuca, que son las siglas en inglés de volatility, uncertainty, complexity y ambiguity, las organizaciones que carecen de una visión clara son como barcos a la deriva: avanzan, sí, pero sin rumbo definido. Y en negocios, moverse sin dirección es una de las formas más rápidas de quedarse atrás. Jim Collins lo deja bien claro en su libro “Good to Great” (de bueno a excelente) aplicando al concepto de los Flywheels (ruedas de inercia).
La visión corporativa es mucho más que una frase inspiradora en la pared de una sala de juntas. Es la proyección de lo que una organización quiere llegar a ser, el punto en el horizonte que le da sentido a cada acción, cada inversión y cada decisión estratégica. Es, en esencia, el GPS empresarial que orienta a líderes, colaboradores y socios hacia un destino compartido. Apoya los procesos de toma de decisiones y hace desaparecer lo turbio o Vuca del entorno, agregando una cristalina claridad al proceso, ahorra tiempo y reduce el riesgo, entregando la anhelada alineación corporativa.
Una visión bien construida tiene tres superpoderes: diferencia, cohesiona y moviliza, fortalece la cultura corporativa, y si todas las compañías tienen una cultura; ¿por qué no tener la mejor cultura del mundo?
Primero, diferencia. En un mercado saturado de propuestas similares, una visión poderosa permite destacar. Cuando una empresa expresa con claridad qué quiere lograr y por qué lo hace, se posiciona con autenticidad frente a sus competidores. Piensa en compañías como Tesla o Patagonia: su visión no solo marca el camino, también se convierte en parte de su propuesta de valor.
Segundo, cohesiona. Una visión sólida alimenta la cultura organizacional. Da sentido al trabajo diario, fomenta el orgullo de pertenecer y alinea a los equipos en torno a un propósito mayor. No se trata solo de “hacer bien el trabajo”, sino de avanzar juntos hacia un ideal común.
Tercero, moviliza. El liderazgo estratégico necesita una visión clara para comunicar, inspirar y guiar. Una visión no puede quedarse congelada en el tiempo: debe ser ambiciosa, pero adaptable, como una brújula que se ajusta a nuevas condiciones sin perder el norte. El “recalculando” de Waze, no cambia el destino, y puedes elegir la ruta.
En mi experiencia acompañando a empresas tecnológicas en procesos de transformación, noto un patrón: las compañías con visión estructurada sobreviven a los cambios, y los lideran. Este principio cobra relevancia en economías emergentes, donde las organizaciones visionarias logran internacionalizarse y escalar con velocidad.
Una visión efectiva no es para grandes corporaciones. Una Pyme o una startup también necesita visualizar su futuro deseado, sobre todo si busca crecer de forma sostenible. ¿Cómo debe ser esa visión? Breve, clara, ambiciosa, realista y flexible. Lo suficiente para inspirar y concreta para ser ejecutada.
La visión no es un lujo estratégico. Es una necesidad urgente. Sin visión, no hay estrategia. Y sin estrategia, no hay futuro. Las empresas que entienden esto definen su destino. Lo construyen.