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El discurso sobre la redistribución de la riqueza es bastante nuevo si tenemos en cuenta los más de 4.000 años de historia de la humanidad. Henry Hazlitt, en ‘La conquista de la pobreza’, describe un panorama bastante sombrío, en el cual la humanidad vivió siempre en la extrema pobreza, sin opciones para acceder a servicios como el agua o sin la garantía del alimento diario, lo que desembocó en hambrunas con millones de personas falleciendo de inanición hasta finales del siglo XIX.
En términos de pobreza económica, según el Banco Mundial, hace 200 años en la República del Congo el PIB per cápita era US$485 al año y en Irlanda era de US$1.460 por habitante al año en promedio. Hoy un ciudadano que viva en la República del Congo tiene un ingreso promedio de aproximadamente US$2.000 al año, y un irlandés gana en promedio US$78.000 al año. Es evidente que el ciudadano de Irlanda vive mucho mejor que el congolés, sin embargo, un habitante promedio de la República del Congo vive con mejores ingresos hoy que un irlandés de principios del siglo XIX.
Pensar que aquellos ciudadanos más ricos lo son a expensas de los menos prósperos es como argumentar que el estado de salud de mi abuelo está deteriorado, porque yo me encuentro sano. Aquellos que basan sus criterios en dicha premisa argumentan que la riqueza es una torta y aquellos que tienen una riqueza acumulada tienen una gran porción de la torta, por lo que al resto de la población le corresponde una porción más pequeña de la misma, así que lo más justo es redistribuirla entre todos.
Si la riqueza fuese una torta, un habitante de la República del Congo no podría ganar hoy más de lo que ganaba un irlandés hace 200 años, siendo que hoy el irlandés gana 70 veces más dinero, en otras palabras, si todos están comiendo más hoy que ayer, ¿de dónde salió más torta?
Distribuir la riqueza no genera más prosperidad para los miembros de una sociedad. Por ejemplo, podemos imaginar que invito a Antonini a comer tres de ocho rebanadas de una pizza de 10 cm de diámetro. De igual forma, invito a María José, pero a ella le ofrezco dos de seis rebanadas de una pizza de 100 cm de diámetro. Se puede evidenciar la tesis de que la distribución más equitativa de la pizza no implica que se coma más pizza, importa más el tamaño.
La riqueza no es una torta o una pizza que se deba redistribuir entre los comensales, puesto que distribuirla no genera más, solo hace que exista la misma riqueza, pero en más manos, con el peligroso incentivo de que aquellos que la generan dejen de hacerlo de la forma en que lo hacen. En ese orden de ideas, estimado lector, si se ha vuelto común ver en las tiendas colombianas el letrero “hoy no se fía, mañana sí”, debería ser común en un futuro apreciar el eslogan de campaña de un político poco populista “hoy no se distribuye, mañana sí”.
PD: En economía hay un chiste muy común que abonaría a la conclusión del ejemplo mencionado anteriormente:
Un economista keynesiano llega a Subway y dice:
-“Buenas noches, quiero un sándwich de 30 cm por favor”.
-“¿Lo quiere completo o lo divido en dos?”
- “Divídelo en dos por favor, hoy tengo mucha hambre”.