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El 31 de mayo del 2026, los colombianos irán a los centros de votación y definirán a los dos candidatos que accederán a la segunda vuelta de la contienda presidencial, dando por descontado que ninguno se impondrá ese día en la primera vuelta.
A menos de dos años para el fin del mandato de Gustavo Petro, la carrera por la presidencia colombiana, se ha transformado en una maratón multitudinaria. Un mar de precandidatos, provenientes de diversas orillas políticas, comienzan a disputarse la atención del electorado, creando un escenario de fragmentación política que sigue profundizando la crisis de representación, y las posibilidades de una reconfiguración estable y previsible del sistema político colombiano.
A pesar del triunfo histórico de Gustavo Petro, la izquierda colombiana no ha logrado consolidar un liderazgo que, con volumen político, pueda canalizar la voluntad de continuidad que pueda haber hacia el actual presidente y sus políticas. Pizarro, Márquez, Racero, Bolívar, Muhamad, Corcho, Jaramillo, Murillo, entre tantos otros, no parecieran llenar el espacio que dejará vacante la figura del Presidente. El petrismo y la izquierda colombiana, pareciera que van camino a repetir la dificultosa experiencia de los presidentes de izquierda a la hora de encontrar posibles sucesores con peso propio.
En el otro extremo del espectro político, la derecha colombiana hace tiempo que ha comenzado el proceso sucesorio y de autonomía sobre la figura del ex presidente Uribe. Aunque el paso del tiempo le ha pasado factura en términos de posicionamiento, su liderazgo y capacidad de ascendencia moral sobre el sector, le pese a quien le pese, sigue gozando de buena salud. Es así que apellidos como Uribe Turbay, Cabal y Valencia, inician la competencia electoral inclinados hacia la agenda de la seguridad y el orden, heredera de la seguridad democrática. Por el mismo andarivel discursivo, por ahora, parecen correr los outsiders, Dávila y De la Espriella.
A estos últimos toca sumar, ubicados en el centro-derecha, a los Vargas, Luna, Cepeda, Gaviria (Simón), Pinzón, Noguera, Peñalosa, Oviedo, Galán (Juan Manuel) y algunos más con anclaje regional, hijos y nietos del antiguo bipartidismo roto en tiempo de Uribe, que a la temática de seguridad, le van agregando, con mayor o menor profundidad, los elementos de contradicción a las distintas reformas planteadas por el gobierno, desde lo laboral hasta lo pensional, desde la salud hasta la política, pasando por todas las demás.
Finalmente, en el centro-izquierda, con los Fajardo, López, Quintero, Hernández (JP), Gaviria (Alejandro), Barreras, Caicedo, también pululan los nombres. Hoy, los más incómodos, ya que la agenda de seguridad los empuja hacia la derecha, al mismo tiempo que no muestran una agenda social clara que compita con las propuestas del gobierno en la materia.
A casi dos años de la elección, esta danza de nombres, de la que sólo hemos mencionado algunos, es la consecuencia de un plato que mezcla diversos ingredientes interrelacionados entre sí. Un sistema de partidos débil y en proceso de atomización, amplias dosis de falta de cohesión y solidez ideológica, sumado a la impopularidad del gobierno.
Y así, bajo estas condiciones, nos encontramos con un claro problema de sobreoferta, pero en la que adicionalmente ninguno termina de calzar con la demanda agregada. Sin perder de vista, que la demanda de cambio, que llevo al poder al Gobierno del Cambio, sigue más vigente que nunca. Colombia sigue siendo el país más desigual de América Latina, el tercero en el mundo. Es aquí, donde surge la necesidad de nuevos liderazgos, que inspiren confianza, construyendo consensos sobre propuestas viables para superar estos desafíos. Toca dejar de lado la especulación cortoplacista y la vocación por notoriedad en redes sociales, para pasar a articular en todas las plazas (reales, mediáticas y digitales), un proyecto de país en el que quepan los colombianos.