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Toda colectividad dividida está indefectiblemente condenada al fracaso y todo partido político que se fracciona va en vías de evaporarse. Si acaso sobrevive, es solo para dejar testimonio de su existencia en alguna gloriosa época del pasado. Nada más.
En Colombia abundan los ejemplos, cualquiera de los cuales debería ser suficiente para desterrar las divisiones del mundo electoral. En 1930 las mayorías estaban sólidamente constituidas y el país se había acostumbrado a ellas, aceptándolas como una constate de la vida electoral. No se veía ni la más remota perspectiva de alterar ese hecho aceptado y consolidado. Aunque en realidad sí había una, pero se miraba como algo tan improbable y distante que era prácticamente imposible. El Partido Conservador, desde luego, era el primero en considerar la derrota como una eventualidad después de tantos años en el poder.
Pero sucedió y para asombro general, el partido de gobierno se dividió y por el camino abierto entre las fracciones llegó la derrota. Los conservadores presentaron dos candidatos presidenciales. Lo mejor del momento. El maestro Guillermo Valencia y el General Alfredo Vásquez Cobo. Poeta y militar. Excelentes candidatos, pero tercos. Muy tercos.
No faltaron las gestiones de unión. Inclusive se acudió a monseñor Ismael Perdono, Arzobispo de Bogotá, para que los hiciera entrar en razón. Pero las vacilaciones episcopales produjeron el efecto contrario. La división se ahondó.
Los escrutinios comprobaron lo que todo el mundo sabía: los candidatos conservadores sumaban mayoría unidos y patentizaban una vergonzosa derrota con la división.
Vásquez Cobo obtuvo 213.583 , Valencia alcanzó 240.360. Y por la mitad pasó triunfante Enrique Olaya Herrera con sus 369.934 votos. El conservatismo había caminado hacia la derrota con los ojos abiertos. Hasta al arzobispo le cargaron la culpas, recordándole “monseñor, perdimos”.
Así comenzó la república liberal con el mandato de Enrique Olaya Herrera y se consolidó con sus cuatro presidencias liberales de Olaya, Santos y las dos de López Pumarejo. Pero ¡increíble! el episodio se repite. Esta vez con el liberalismo en el poder y sin consultas al arzobispo. El Partido Liberal se divide entre dos candidatos: Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay. Resisten todos los intentos de lograr la unidad y, por entre los 358.957 votos de Gaitán y los 441.199 de Gabriel Turbay pasa triunfante el partido Conservador con Mariano Ospina Pérez con 565.939 . Y la República Liberal, que había comenzado con la división de los conservadores en el poder, termina con la división de los liberales en el poder.
Divide y reinarás. Son dos procesos que se parecen entre sí como dos gotas de agua. ¿Estamos en vísperas de algo semejante? ¿O los partidarios de la democracia necesitan repasar una vez más las lecciones del 30 y del 46?
Para un partido político, dividirse es morir. O como en el caso colombiano, para las inmensas mayorías democráticas dividirse también es morir.