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Suceder a Juan Pablo II no era una tarea fácil. La formidable figura de Karol Wojtyla, uno de los más grandes Papas de la historia, colmaba todos los espacios, proyectando sobre la cristiandad la fuerza de su fe y la importancia del Pontificado. Su influencia sobre el curso de la humanidad marcó rumbos definitivos, despejó caminos sombríos y abrió nuevas esperanzas. En verdad no se preveía una fácil sucesión.
Joseph Ratzinger disipó la incertidumbre. Desde el primer instante, el antiguo Arzobispo de Munich deslumbró al mundo por sus conocimientos y profundidad como analista e inspirador de una teología urgida de renovación dentro de la ortodoxia, con raíces firmemente hundidas en la tradición y la mirada puesta en unas generaciones que necesitan reconciliar pasado y futuro, para creer más y mejor y no simplemente para dejar de creer.
Al repasar los escritos de Benedicto XVI, resalta una característica especialmente notoria en su libro Jesús de Nazaret: la reconciliación de diversas tendencias teológicas que cimentan principios de unidad cristiana, sobre una plataforma básica común entre los distintos matices de las interpretaciones. Estos, bien mirados, pasan a ser fundamentos de integración en cambio de utilizarse como pretextos para alargar separaciones, explicables por las circunstancias históricas que levantaron murallas y que, miradas con perspectiva, tienen menos razón de ser de la que parecía insalvable en su momento.
Como muy bien lo anota el Papa Benedicto, “una cosa me parece obvia: en 200 años de trabajo exegético la interpretación histórico-crítica ha dado ya lo que tenía que dar de esencial”. Y agrega en el mismo texto : “si la exégesis bíblica científica no quiere seguir agotándose en formular siempre hipótesis distintas haciéndose teológicamente insignificante, ha de dar un paso metodológicamente nuevo volviendo a reconocerse como disciplina teológica, sin renunciar a su carácter histórico”.
Más adelante, en su Jesús de Nazaret, insiste: “dicha exégesis ha de reconocer que una hermenéutica de la fe, desarrollada de manera correcta es conforme al texto y puede unirse a una hermenéutica histórica consciente de sus propios límites para formar una totalidad metodológica”. Por medio de ella , afirma al explicar la posibilidad de esa articulación, “las grandes instituciones de la exégesis podrán volver a dar frutos en un contexto nuevo”.
La figura amable del Pontífice Emérito se perfila aun más como un pensador que, frente al mundo entero, reafirma los principios esenciales de su fe. No tiene temor de abrir los nuevos caminos que necesita la cristiandad, azarada ahora en medio del cumulus nimbus de una pandemia endemoniada, que mira con bien merecida admiración y profundo respeto, como un gran Papa lentamente hace su tránsito a la eternidad, hundido en el silencio majestuoso de quien reconcilia la razón y la fe, sin aspavientos ni estridencias.
Católicos y creyentes tienen ya un nuevo Doctor de la Iglesia.