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Lo grave no es tener problemas, así sean muy complicados. Lo verdaderamente grave es no buscarles solución, y sentarse sobre las manos a esperar nos devoren. Porque ante esa pasividad, con toda seguridad nos devoran.
Y lo peor de lo peor es identificar las causas y dedicarse sistemáticamente a estimularlas. Lo cual, por desgracia parece que se está arraigando como un vicio que una cantidad creciente de colombianos se enorgullece de extender y profundizar.
Por siglos, el destino de la humanidad ha cambiado cuando la ciencia se convierte en soporte de nuevas aplicaciones tecnológicas, que modifican la manera cómo los individuos de una sociedad producen, se alimentan, modifican sus hábitos de trabajo, educan a sus hijos y se ingenian modos distintos de mejorar su nivel de vida, interrelacionarse con sus semejantes y, en fin, de escoger el rumbo que quieren seguir en cada etapa de su existencia.
Esta relación de ciencia con tecnología ha sido evidente para los seres humanos desde la prehistoria hasta nuestros días, desde el descubrimiento del fuego hasta el computador de modelo más reciente. Evidente para todos, menos para unos enemigos declarados u ocultos de la ciencia, que insisten en medir su importancia por los resultados económicos inmediatos. Ni siquiera les pasa por la imaginación preguntarse cuánto, en dinero físico, le representa a la humanidad el invento de los motores de combustión o la introducción del teléfono celular en la vida diaria. Cualquier cifra se queda corta pero, independientemente de los ceros que le pongamos, nadie negará que los avances científicos propiciaron los progresos tecnológicos.
Pero, a pesar de las pruebas acumuladas todos los días, desde las cavernas hasta hoy, las relaciones entre ciencia y tecnología encabezan la lista de los temas más incomprendidos. El país parece haber decidido sentarse a esperar que le lleguen los mayores adelantos de una ciencia infusa, que permita utilizarse como un regalo totalmente gratuito, en una actitud que refleja la cómoda postura de “investiguen y me cuentan”. Y sí, nos cuentan, pero nos cobran. Es el costo de ver a los científicos como unos señores de bata blanca, encerrados en ambientes asépticos, que gritan ¡eureka! ¡cuando descubren algo que significa una novedad y muy pronto dará pié a desarrollos tecnológicos que nos mejoran la vida y que nos costarán bien caro. Esta podría ser la oportunidad de reforzar la investigación en ciencia y tecnología , hoy por hoy el campo más fértil para sembrar el talento en temas específicos.
Todos los momentos son malos para enviar mensajes de desamor a la ciencia, pero el actual es pésimo y así será interpretado el anuncio de la creación y el subsiguiente retiro de un Ministerio especialmente dedicado al tema. Un proyecto que no tenía resistencia en el Congreso. Ojalá el retiro sea solo para mejorarlo y ya mejorado regrese, para que Senado y Cámara le brinden su decidido y entusiasta apoyo.