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Pasan los días y perdura la incertidumbre causada con la llegada de un nuevo gobierno que abiertamente atacó al sector productivo del país. Muchas de las propuestas que fueron socializadas por parte del presidente electo durante su campaña son altamente preocupantes, y de materializarse no solo golpearía a todo el empresariado actual sino que desincentivaría a inversionistas extranjeros, ambos vitales para poder continuar la senda de crecimiento que llevamos..
Es peligroso que ciertos sectores de la sociedad continúen viendo a la empresa como el enemigo; la empresa, contrario a como se ha hecho ver durante el último lustro, debe ser el principal aliado del gobierno. No hay mejor política social que tener empresas vigorosas: con empresas fuertes hay dinamismo en la economía, con empresas fuertes hay empleo, con empresas fuertes hay prosperidad.
La asociación de lo público y lo privado puede (y debe) ir más allá de las maravillosas APP. Escuchar a los empresarios debe ser uno de los impajaritables a la hora de iniciar la discusión de las grandes reformas que promueve el gobierno entrante y que deberán pasar por el Congreso, sobretodo ahora que sorprendentemente han confluido una importante mayoría de fuerzas políticas al pacto histórico y donde se avisora una hemorragia legislativa que pueda afectar negativamente a la iniciativa privada.
El papel de los empresarios no debe ser ni mucho menos el de opositores del gobierno; por el contrario, están llamados a ser los garantes de una discusión técnica, amplia y sin sesgos. Para ello, es necesario una interlocución activa, que permita introducir los cambios necesarios en nuestro marco legal que sirvan de asiento de un ciclo virtuoso de nuestra economía. Las reformas a la salud, a la educación, al mercado laboral y por supuesto, la reforma tributaria, deben darse con la anuencia y participación del sector privado, pues dejarlos como meros espectadores sería una receta del fracaso.
Recientemente leía frente a cual debe ser el mapa mental que debe agotar un privado a la hora de intervenir en el desarrollo de políticas públicas. En dicha lectura proponen a los empresarios que se hagan a si mismos las siguientes preguntas: (i) ¿Existe alguna situación o problema que requiera de intervención? (ii) ¿Puede el Sector Privado Resolver el Problema por si mismo? (iii) ¿Existe una solución al problema que pueda darse desde el mercado? (iv)¿Cuáles son los roles e incentivos del sector privado para abordarlo? (V) ¿Existen factores que limiten el actuar del Sector Privado?
Ahora, conociendo el agua que nos baña, y las eficiencias que solamente logran los privados, mi respetuosa sugerencia es que estas mismas preguntas se las plantee el Estado. De ello debería desprenderse o no que el Estado intervenga en ultima ratio; la coyuntura actual debe servir para que el ejercicio político y social de las empresas se profundice; continuar por el camino del crecimiento económico solo es dable si se logran verdaderas sinergias entre lo público y lo privado. Ante el temor y la incertidumbre, el llamado debe ser el diálogo.