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La educación de los niños y jóvenes colombianos hace las veces de un trampolín para lograr superar las difíciles condiciones en las que nacen muchos colombianos; por el contrario, la ausencia de una educación de calidad es una condena casi segura a la pobreza.
Los últimos 15 meses han sido especialmente difíciles para la educación de nuestras generaciones más jóvenes. El desconocimiento del comportamiento del covid-19 llevó a que los niños y niñas tuvieran que frenar abruptamente su año lectivo, aun cuando el riesgo era mínimo y no eran el foco de contagio principal, la virtualidad se convirtió en regla general sin que todos los colegios tuviesen los métodos para ello, todo ello impactando negativamente en los índices de deserción escolar.
A lo anterior hay que sumarle el infortunado papel que ha jugado Fecode en el paro nacional aprovechándose de la coyuntura e instrumentalizando a la juventud colombiana. El sindicato abiertamente se ha negado a retornar a clases presenciales incluso cuando muchos de los maestros ya habían han sido vacunados y sin importarle un ápice que estén condenando generaciones enteras a la miseria.
Lo cierto es que la educación es el caballito de batalla de muchos políticos quienes en campaña hablan de la necesidad de profundizar en cobertura y mejorar la calidad de la educación, pero son tibios a la hora de exigirles a los profesores que atiendan sus obligaciones como educadores. Debemos preguntarnos, si la educación es fundamental para superar la pobreza y avanzar como país, ¿No debería acaso ser un servicio esencial y no permitir que se usen los paros en el sector como bazas electorales?
La idea no requiere que se acaben los sindicatos, pero sí se debe construir un sistema educativo que ponga en el centro de la misma a los estudiantes y sus familias. La oferta educativa debe ser mayor, permitiendo que las familias y estudiantes no se limiten a las instituciones oficiales, pues desde los tiempos de Friedman se ha dejado claro que una cosa es que el Estado financie un servicio público como lo es la Educación, y otra muy distinta es que sea el principal llamado a administrarla.
La educación oficial rara vez cumple con brindar un servicio de calidad, por el contrario, cuando los privados logran entrar en la ecuación se muestran avances sustantivos en esta materia. Los colegios en concesión en Bogotá permiten contar con al menos 75% de los estudiantes del Sisbén 0-1-2, alcanzando niveles mucho más altos en pruebas saber 9 y saber 11. La apuesta debe además hacerse por la figura de bonos estudiantiles, dándole a los padres de familia la posibilidad no solo de escoger a donde mandar a sus hijos a recibir clases, sino generando una verdadera competencia que derive en un ciclo virtuoso de la educación en Colombia.
Los jóvenes reclaman en las calles mejores oportunidades y el camino es la educación. Se debe aprovechar la coyuntura para dar el cambio a este sector crucial para el país, mejorando el proceso de formación desde temprana edad: colegios mejor adecuados, portafolio más alto de formación académica, y profesores mejor calificados que no vean en la educación una forma de apalancamiento electoral.