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Los resultados del domingo pasado dan cuenta de algo que en Colombia muchos quieren negar: en nuestro país sí existe democracia. Un país donde la oposición alcanza 40% de los votos y donde los candidatos antiestablecimiento pasaron a segunda vuelta, da cuenta de que es un error querer comparar al país con tiranías latinoamericanas, o a nuestro presidente con dictadores con filosofías trasnochadas.
Lo cierto es que es innegable la existencia de democracia en Colombia, pero esta no es ni perfecta ni un producto terminado. Los mensajes de las urnas tanto en las parlamentarias como en las presidenciales son claras en mostrar el inconformismo y el malestar que albergan en su corazón la mayoría de los colombianos.
El estallido social fue sin duda permeado por los violentos, los vándalos, los saqueadores y por actores al margen de la ley, pero no por esto, podemos desconocer la existencia de un clamor mayoritario de un pueblo que se siente olvidado.
Parece ser que la labor que nos atañe en los cuatro años que vienen pasa por cerrar filas para proteger la democracia. Nuestro día a día debe ser construir un país más incluyente, abordar las problemáticas sociales y la búsqueda del bien común, no solo desde el estado, sino con un activismo certero por parte del sector privado, especialmente desde nuestras empresas.
Temas como el acceso a la educación de calidad, la alimentación de nuestras familias, la formación con pertinencia, la protección del cesante y de los mayores, la lucha contra la corrupción, la generación de oportunidades e ingresos, y el cuidado del medio ambiente deben ser parte de la agenda privada de empresarios, trabajadores y en general de la comunidad. Dejar esto en manos solo de los políticos retrasará mucho el desarrollo de nuestro país, o lo que es peor, lo dejará en manos de los burócratas de turno, con sus ideologías y sus sesgos.
Es necesario un nuevo liderazgo en el ámbito privado; empresarios de todos los tamaños que den un paso al frente y tomen las riendas del progreso social y económico de nuestras regiones. La existencia de normas que retrasen nuestros proyectos como sociedad es inaceptable; así como los negocios van a una velocidad mayor que las normas que los rigen, el desarrollo social debe encontrar un momentum similar para evitar que sean los reguladores quienes dicten los usos, fuentes y formas de nuestro capital social y económico.
Debemos luchar contra esa idea o sentimiento de “merecimiento” o de “deuda” que muchas personas tienen; la conciencia sobre el valor de nuestros derechos y el costo de mantenerlos debe promulgarse. La idea del merecer debe ir anudada a la acción de trabajar, y la idea de derechos debe ir de la mano del cumplimiento de deberes con la sociedad.
La empresa privada debe dejar de ser vista como la enemiga, el orden debe dejar de sucumbir a la anarquía, y las libertades deben primar por sobre la imposición estatal de igualdad. La democracia existe, sin duda alguna, pero tenemos cuatro años para consolídela, mejorarla, pero sobre todo protegerla.