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El ejercicio congresional en Colombia está altamente deslegitimado. Lo sabía desde antes de abandonar mi vida en el sector privado para hacer política. Incluso, debo reconocer que fui uno de los tantos colombianos que criticó con toda a los parlamentarios. Sin embargo, créanme o no, muchos en el Congreso camellamos, y mucho, y ahora en tiempos de pandemia el trabajo no es menor.
Lastimosamente el debate de la presencialidad o la virtualidad se ha convertido en el centro de la discusión. Ha desviado incluso gran parte de la actividad del Congreso durante la pandemia, minando la posibilidad real de profundizar en el rol de representar a todos los ciudadanos.
Durante estos tiempos de cambio, la presidencia del Senado ha hecho un esfuerzo invaluable y la virtualidad ha probado ser un buen aliado para condiciones extraordinarias; nos ha permitido trabajar de manera intensa con la responsabilidad y rigor que exige la crisis, pero debe entenderse como una herramienta subsidiaria para tiempos cómo estos donde la vida y la salud están en juego.
Lo cierto es que esta es una oportunidad de oro para mostrar que el Congreso es más que un edificio pomposo. El Congreso es ante todo esa cuna de la democracia, pero más que un lugar, es un espacio que no debe ser entendido como físico, sino uno donde confluyen las grandes discusiones de nuestro país, donde el intercambio de ideas debe ser prevalente, no por el valor burocrático de un voto, sino por la convicción del genuino cambio que queremos darle a nuestro país.
Parece que algunos colegas, ante la oportunidad mediática han profundizado en esa obsesión parlamentaria por producir más leyes, aunque ya tengamos una hiperinflación de ellas. El foco debería ser otro en una crisis nunca vista; deberíamos estar hablando de realizar un constante control político de manera constructiva, evidenciando las oportunidades de mejora con propuestas y soluciones que nos permitan avanzar unidos en esta difícil situación.
Por ello, desde el día uno de la cuarentena hemos sido receptores constantes de las preocupaciones de los colombianos; muchas de ellas las trasladamos a las grandes discusiones nacionales como lo son proteger a los más vulnerables con ayuda del Estado, proponer subsidios de nómina, denunciar trabas en los bancos, darle aire a la economía y ayudar a las empresas, entre otras.
Repito, el Congreso es más que un lugar; en este se debaten las necesidades de las regiones, de las minorías, se defienden ideas, tesis, pero también posiciones ideológicas. Más que sentarnos en una mesa o pararnos en un atril, al Congreso vamos a cumplir funciones, entre ellas, y quizá la más importante, la de convertirnos verdaderamente en el correo social de tantos colombianos a los que nos debemos y representamos.
Lo que deberíamos recuperar no es estar físicamente dentro de los muros y paredes del Capitolio, lo que deberíamos recuperar es la confianza y credibilidad de los colombianos, y eso solo se gana trabajando sin descanso para que nuestro país salga de esta crisis con el menor dolor posible.