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En tiempos de grandes desafíos económicos, el café colombiano sigue demostrando por qué es el motor más representativo, democrático y resiliente de nuestra economía rural. En el primer trimestre de 2025, alcanzamos cifras históricas de producción y exportación, reafirmando el compromiso y la capacidad de nuestras 550.000 familias caficultoras. Pero no podemos ignorar una amenaza creciente que pone en riesgo este progreso: la inseguridad.
Durante los primeros tres meses de 2025, la economía cafetera colombiana mostró un dinamismo contundente. El valor de la cosecha alcanzó los $6,56 billones, un crecimiento de 194% frente al mismo periodo del año anterior. En los últimos 12 meses, la cosecha generó ingresos por $20,39 billones, duplicando el valor registrado en 2024.
Por su parte, el valor de las exportaciones de café en el primer trimestre de 2025 fue de US$1.236 millones, un incremento de 45% respecto al mismo periodo del año anterior. En los últimos 12 meses, las exportaciones alcanzaron los US$4.466 millones, lo que representa un crecimiento de 37% frente a los 12 meses previos. Estas cifras no solo reflejan una recuperación productiva, sino una reactivación económica concreta y territorializada. La caficultura está generando divisas, circulante interno y oportunidades de empleo a lo largo de todo el país.
Sin embargo, este esfuerzo no puede continuar si no se garantizan condiciones mínimas de seguridad en los territorios. Hoy, nuestras zonas cafeteras están siendo afectadas por la renovada presencia de grupos armados ilegales, atentados, extorsión y amenazas. Estos actos no solo atentan contra la vida de los caficultores, sino contra la estabilidad económica de un país entero. La violencia es incompatible con el desarrollo. No se puede cosechar esperanza donde reina el miedo.
Desde la Federación Nacional de Cafeteros condenamos de manera enfática cualquier forma de violencia o terrorismo que ponga en riesgo la tranquilidad de nuestras comunidades. Y hacemos un llamado urgente al Gobierno Nacional y a las autoridades locales y regionales: proteger a los caficultores es proteger el tejido económico y social de Colombia. Sin seguridad en el campo, no hay posibilidad de avanzar. Hoy, lamentablemente la inseguridad se convierte en norma.
A pesar de estas dificultades, la caficultura sigue siendo un motor de transformación. La especialización y valoración del consumo interno es testimonio de ello: cada vez más colombianos valoran el café y sus atributos de calidad, se apropian de su cultura y hacen de la experiencia en taza una oportunidad de negocio. Cafeterías, tostadoras, industrialización en las regiones y emprendimientos de economía circular están floreciendo, dinamizando economías urbanas y rurales. El café ya no es solo un producto agrícola; es una plataforma de empleo, innovación y desarrollo nacional.
Y no hablamos de un fenómeno aislado. El café hoy se produce en 23 departamentos y 611 municipios del país. La caficultura en Colombia se ha comportado bajo la teoría de la gota de aceite que se expande: no hay regiones que pierdan relevancia, hay un país que gana en diversidad, riqueza de perfiles y oportunidades. Cada zona aporta su carácter, su historia, su sabor. Esta diversidad es nuestra mayor fortaleza.
Por eso reiteramos desde la Federación: calidad, calidad y calidad seguirá siendo nuestro norte. Pero la calidad no es solo en la taza, es en las condiciones de vida, en el entorno, en la seguridad para producir. Colombia necesita entender que el café no solo nos representa: nos sostiene.
El café colombiano necesita seguridad para seguir creciendo. Porque cuando un caficultor tiene garantías para trabajar, Colombia tiene futuro.