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Deambulamos o mejor aún vagamos sin sentido alguno para encontrar el lugar que nos corresponde en el concierto internacional, algo que no es de ahora, sino un quiste nefasto de la costumbre neoliberal. Fue así como perdimos nuestra corta orientación al definir los propósitos que hubieran entrado en mejor sintonía con las corrientes del poder político, social y económico que han regido el orbe, que claro cambiaron de patrón después de la caída del imperio soviético en su intentó por derrocar a Estados Unidos, hegemonía fáctica desde mediados del siglo pasado, amenazada ante el vertiginoso crecimiento de la potencia China.
Hegemonía entendida como la capacidad de un Estado de ser líder en el control de la política internacional por su poderío económico, militar y normativo, sin usar la fuerza, solo coerción; supremacía determinada por el tamaño económico y ejército, pero también la capacidad para implantar valores, ideas, narrativas y cultura. Al respecto conviene recordar que el pionero en analizar el concepto de hegemonía fue el filósofo marxista italiano Antonio Gramsci que a inicios del siglo pasado buscó entender porque se consolidó el capitalismo en los países occidentales más desarrollados.
A mediados de los años setenta el concepto cobró relevancia por la tesis de estabilidad hegemónica del economista norteamericano Charles P. Kindleberger ante la crisis del petróleo de 1973, por la cual postuló que la existencia del orden económico internacional requería un hegemón que mantenga el orden afín a sus intereses a proteger con todo su poderío, así pacifica las relaciones entre los países por su capacidad de cooperación y aporte en la seguridad de sus aliados, posición ostentada por Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial con la capitulación sin condiciones de Alemania el 8 de mayo de 1945.
Sin embargo, desde la política proteccionista de Trump y sus peleas contra el Acuerdo de París, el TPP, la OMC, la OMS y la Unesco; debilitaron la posición de Estados Unidos como hegemón, pese a los esfuerzos de Biden por reforzar el multilateralismo. Ahora las potencias que representan la China y la India, más las pretensiones de Rusia, cambiaron el orden internacional por uno multipolar.
Acá tenemos una posición geográfica privilegiada, junto a excepcionales bancos de recursos humanos y naturales, por lo que deberíamos sin duda tener mayor impacto al definir las soluciones de los problemas globales, pero nos quedamos con todos estos exacerbados, ante la abominable corrupción propia del sistema presidencialista que nos rige, donde pesa más la condición de buen demagogo, caudillo y gamonal, que ser Estadista con visión estratégica; visible en la miseria material, intelectual y moral que nos caracteriza, palpable en la desnutrición, la deficiente oferta de trabajo calificado, pero también la temible guerra secular.
Al respecto creo que sí existe un hegemón a extrapolar bajo la lupa gramsciana, al cual el país y la región debería apostarle con toda al definir su futuro y propósitos, hegemón gobernado por los propietarios de las fronteras del saber y poder hacer con las mejores prácticas ambientales, sociales y de gobernanza.