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Desde que el país dejó de tener propósitos colectivos loables en beneficio de toda la población, se alejó de la posibilidad de tener las bases adecuadas para construir la anhelada cohesión con equilibrio social; pues sin ellos no se compromete a la mayoría de la ciudadanía para salir del atolladero en el que nos encontramos, con el agravante que la polarización y fragmentación mandan en la imperante era de las ideologías abstractas que pretenden asfixiar el orden institucional con patrañas cínicas y paranoicas.
Eso lo entendió desde joven Mariano Ospina Hernández, cuyos propósitos de país buscaron emular la tradición familiar de mayor linaje político en nuestra historia, su padre Mariano Ospina Pérez fue presidente a mediados del siglo pasado y fundador de este periódico, igual que su pariente Pedro Nel Ospina, que siendo presidente en 1923 contrató la Misión Kemmerer creadora del Banco de la República e hijo de Mariano Ospina Rodríguez, cofundador del Partido Conservador y presidente a finales del siglo XIX.
Recuerdo con aprecio las enseñanzas del Doctor Ospina Hernández, para quien trabajé en uno de los valiosos y pertinentes aportes de proyectos con propósito que le hizo al país y sociedad, quien influenciado por su formación como ingeniero civil del MIT decía que para acabar la pobreza era de vital y decisiva importancia mejorar la solvencia moral e intelectual, a su vez claves para incrementar la solvencia material y así, “no ser mercaderes de ilusiones, sino empresarios de buenas realidades”.
La pobreza material, decía, está al carecer de facilidades para vivir dignamente, tangible en muchos aspectos de la vida de los mayoría de los habitantes de los campos y ciudades del país por su situación de miseria, por lo cual fue un crítico fundamentado del modelo neoliberal, “frente a la ostentosa y antisocial riqueza material de unas minorías privilegiadas y egoístas”, pero a su vez un férreo defensor del medio ambiente y causas sociales ante la amenaza del desarrollo explotador a ultranza de los recursos humanos y naturales.
La pobreza intelectual la definía como “la carencia de conocimientos que afecta también a la mayoría de nuestra población, cuyo antídoto es, naturalmente, la educación”, de ahí su lucha por la mejora frente al diagnóstico sistemático de este sector y la pésima calificación en cobertura y pertinencia en todos los niveles preescolar, básica, secundaría, técnica y profesional; que unía con la baja producción intelectual por las pocas patentes otorgadas.
La pobreza moral, decía, se da por el fracaso de las potencias para lograr la paz y progreso mundial, ante “la carencia o deficiencia de las normas y valores que pueden encauzar hacia esos propósitos”, por eso destacaba la importancia de los valores frente al riesgo del neoliberalismo y consumismo, pobreza que impacta el sistema político al hacerse palpable en el alto abstencionismo en las votaciones, principal deber ciudadano maltratado claro en la era de los derechos e ideologías pero nunca de las responsabilidades.
A seis años de su partida, gracias por su legado Doctor Ospina Hernández, algún día derrotaremos las descritas pobrezas y llegaremos a la verdadera riqueza.