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Si este año no decretan otra cuarentena, la mayoría de las universidades vuelven a la presencialidad al 100%, todas y todos los estudiantes y profesores abrazamos con mucho anhelo ese momento.
No obstante, algunos profesores y estudiantes se rehusan a la presencialidad, pues consideran que la virtualidad tiene muchas ventajas como: la conveniencia del transporte en una ciudad tan congestionada como Bogotá; la inseguridad sobre todo en las clases de noche; y los ahorros de dinero que genera estar en casa.
Igualmente, consideran que no hay mucha diferencia en los procesos virtuales frente a los presenciales, inclusive, se arriesgan a pronosticar una reducción significativa de los programas presenciales.
Clayton Christensen, famoso profesor de Harvard, pronosticaba en 2013 que la educación online iba reemplazar a la educación presencial y que muchas universidades desaparecerían.
Lo mismo se auguró con algunos desarrollos tecnológicos, como el Home Theater. Estos desarrollos tecnológicos harían desaparecer los cines; todo lo contrario, muchos Home Theater están arrumados en el cuarto de san alejo. ¿Por qué estas teorías no se cumplen? ¿Por qué la presencialidad es tan importante para los procesos de aprendizaje?
Nuestra evolución ha creado procesos cognitivos que requieren de la información de nuestro entorno que facilitan el aprendizaje. Es decir, para poder entender una idea con mayor efectividad, por ejemplo, una teoría compleja, o más aún una fórmula matemática, nuestro cerebro requiere de la información contextual, gestual, entre otras muchas variables que provienen de la simpatía y empatía de nuestros profesores y profesoras. Las experiencias de aprendizaje, como las preguntas de aclaración de nuestros compañeros de clase, el aire, la luz, la sincronía de la discusión y el tablero, caminar por el campus, saludar a los amigos, también hacen parte de esa información contextual.
¡Esto es lo que llamamos experiencias o emocionales inolvidables! Es inolvidable, porque nuestro cerebro tiende a memorizar con facilidad las emociones, toda vez que tienen menos carga cognitiva, así nuestro cerebro, que siempre prefiere la menor carga cognitiva, escoge el camino corto, no le gusta gastar mucha energía.
Además, las experiencias de aprendizaje pueden ser restaurativas. Es decir, ¡la educación presencial nos sana mentalmente! Sí, tiene el poder de sanarnos, toda vez que los seres humanos desarrollamos nuestras tareas y actividades en los lugares que evolutivamente han sido desarrollados, así nuestro cerebro activa emociones que generan hormonas que ayudan a crear la sensación de bienestar o felicidad.
La felicidad, que es una emoción o sensación psicológica que repone nuestros procesos cognitivos reduciendo el estrés.
Aunque la virtualidad tiene innumerables ventajas, puede aumentar nuestros niveles de estrés reduciendo nuestra capacidad de procesamiento cognitivo. Por supuesto, es innegable que la educación virtual genera acceso a la educación, o facilita el proceso de comprensión gracias a la conveniencia de poder grabar una clase compleja y repetirla muchas veces o verla de manera asincrónica.
No obstante, tomará décadas o siglos que la virtualidad reemplace la presencialidad. Las experiencias presenciales siempre se impondrán, o ¿quiénes se irían de vacaciones virtuales a Cartagena, o tomarían una cena virtual en un restaurante?