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La tribulada y sibilina narrativa económica -tal como la astrológica- es especulativa, ambigua, y se sustenta de aporías.
En teoría, la economía contribuye al diseño de sociedades que dignifiquen al ser humano, procurando su bienestar e integración productiva. Ese cuento, no obstante, no desenreda los nudos que crea, y no atiende moralejas: los incentivos son regresivos y las oportunidades prohibitivas (Ética y Economía, Sen); las necesidades frívolas (¿Tener o Ser?, Fromm), y el servicio a la deuda perpetuo (Informe Mundial sobre Salarios 2017, OIT).
Sus autores intelectuales, desterrados Filósofos Mundanos (Heilbroner), demuestran que la ética no es maleable, pues tiende a romperse; predican econometría -su nuevo testamento-, creyendo que son científicos y las finanzas ingeniería: así crearon paraísos fiscales, edificaron Jardines y atalayas al este del edén, y sacralizaron la mano invisible como puente de salvación del Sendero Bifurcado en ruinas.
Iluminados, derivaron una inescrupulosa realidad virtual donde reina el precio de todo y el valor de nada (Wilde). Cuestión de suerte o método, bautizaron su piedra filosofal como un casino (Montecarlo), mientras algunos juran que dios no juega a los dados (Einstein), y otros argumentan que los tira donde no podemos verlos (Hawking).
Dicha mística y lógica difusa son claves en esta economía cuántica. Considere los principios de incertidumbre o relatividad laboral, la dualidad del ‘valor hipotético a futuro’, o los trucos de marketing con los que adivinan o hackean nuestras elecciones (libres), transando sesgos cognitivos con ilusiones y ‘ficciones’: palabra cuya raíz -moldear-, y su respectiva permutación -modelar-, realimentan nuestra caprichosa economía comportamental.
Ficciones también es el título de una compilación de profecías borgeanas; considere nuestra Biblioteca de Babilonia, donde un clic origina una explosión de datos (Big Data) que generan universos paralelos, con combinaciones casi exhaustivas de los posibles estados que conforman nuestra automatizada identidad, enmascarada de perfección en las redes, así como nuestros sueños, que son llamas al viento (Futuro, Barba-Jacob).
El propio Borges advirtió las desproporcionadas consecuencias de hacer del mapa el territorio (Del Rigor en la Ciencia). Aquí desnaturalizaron al ser humano (La Lotería de Babilonia), condicionaron sus expectativas a la idea del dinero fácil o barato (El Mercader de Venecia, Shakespeare), configuraron con oportunismo sus relaciones (El Jugador, Dostoievski), y subordinaron su supervivencia a la barra libre del privilegiado 1%.
Aburrida, esta historia no tiene el giro esperado. Los vanos e insensibles tecnócratas cambian la baraja pero no el juego (ceteris paribus), contagiando con esa enfermedad autoinmune incluso a las empresas más admiradas o revolucionarias, que ceden a la tentación de las irracionales rentas monopolísticas que democratizaron el desempleo sobre 30%, la inequidad en 64,9, y las deudas a 318% del PIB.
Paradoja, sin refugio ante tantos riesgos, la mayoría oculta su dinero en loterías, casinos, casas de apuestas, bolsas, astrólogos, videntes y asesores financieros.