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La corrupción política, empresarial y científica (anti-natural) alimenta el bacanal que hacemos con la Tierra; reconozcamos las externalidades negativas -ambientales, económicas y de salud pública- del patrón «ubérrimo».
El lobby sella sus negociaciones con sofisticados cortes al rojo vivo y langostas que se hierven vivas: tal como hacen con el Pulmón del Planeta, presionando el calentamiento global. Los empresarios multiplican peces (Ending Overfishing Can Mitigate Impacts of Climate Change, 2019) y convierten nuestra sangre en vino.
Los políticos saben que el país de las Vacas Sagradas es antihigiénico, pero piensan que el más limpio no es el que contamina menos, sino el que ostenta mejor tecnología de aseo, y los científicos desprecian su influencia antropogénica.
Capricho e ignorancia, diariamente contribuimos al problema. Verbigracia, compramos productos cosechados por campesinos en condiciones indignas, cuyos pesticidas contribuyen a intoxicar al consumidor y planeta. También ternera o cordero, cuya producción multiplica por 11 las emisiones -y 40x el área requerida- equivalentes al promedio de alternativas como el pescado y los huevos - animal-, los cereales y las legumbres -vegetal-.
Sería fácil decir ‘La culpa es de la vaca’, aunque nuestra dentadura no evolucionó para ser carnívora y somos la única especie que toma leche (ajena) durante toda la vida. Además, todo suma: el metano rumiante contribuye al calentamiento 28x lo que el CO2 monogástrico (aunque permanece décadas en la atmósfera).
En 2012, mientras los mayas esperaban el fin del mundo, la edición genética CRISPR anunciaba un nuevo modelo creacionista. Tierra prometida, productos abundantes y perfectos: atractivos, enriquecidos, sin semillas. También resistentes al jet-lag estacional y la extinción de los polinizadores.
Son tan insostenibles los efectos de esta Revolución Verde 2.0, como los de la pasada; de hecho, los sellos verdes son objeto de publicidad engañosa, como la anunciada «limpieza» de Tesla (que sigue dependiendo de los derivados del petróleo), y el «veganismo» de ciertos influencer, como JLo, que adora las pieles.
Los invito a conocer el trabajo de Joanne Chorry, quien edita “súper-plantas que podrían retardar el cambio climático” (TED.com). Paliativo, esto no resuelve el problema de raíz; por eso es necesario insistir en la erradicación del uso (intensivo) de los combustibles fósiles y el plástico; la industrialización vacuna, la desconexión agrícola con los ciclos de la naturaleza («climatarian», Cambridge Dictionary) y el estrés sistémico de la genética que cultiva especies no endémicas.
Según el Centro Internacional para la Agricultura Tropical (Ciat) el movimiento «anti-vacuna» bajaría el precio de la tierra; aunque esto sería positivo en los países donde priman los latifundios improductivos, resulta absurdo que califiquen esto como algo negativo para las comunidades.
Elijamos alimentos locales, y de temporada. Un cambio radical es imperativo, ahora «ONU-nca», pues no tenemos «Plan-eta» B.
Era de debates escatológicos, gracias a Beglia por sus aportes, sentido pro-positivo y conciliador. Felicidades y larga vida.