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Dicen que suerte es la intersección entre preparación y «oportunidad», pero ese conjunto parece vacío. Reencontrémonos con el espíritu socialdemócrata, resucitando el Kleroterion (https://t.ly/axC5E).
El Contrato Social fue defraudado por los rituales tecnócratas, que nunca atrajeron la prosperidad anunciada. Debemos controlar la maligna posesión que priva la igualdad de condiciones, y nos somete a la insufrible inequidad, pero persiste el disenso sobre cuánto equivale a riqueza, y cuál porcentaje justifica ser confiscado.
Breve historia de la involución económica, en un principio todo era real, y había cierto sentido de comunidad; el intercambio primitivo se basaba en el trueque de excedentes, pues nuestros ancestros procuraban subsistir, y no estaban contaminados por el acaparamiento. Después, las civilizaciones mordieron la manzana de la esclavitud, e inventaron los impuestos para privilegiar a una endiosada minoría: no para tratar de manera noble a los mortales.
Durante el feudalismo reforzaron esa lógica medieval, y en el renacimiento romantizaron la mercantilización del alma, a cambio de limosnas. Finalmente, creyéndose el centro del universo, el neoliberalismo nos sometió al salvaje darwinismo, mediado por la escasez -o inaccesibilidad-, la inflación por avaricia y la ficción financiera.
Después de creer que todo era posible, poniéndole precio al razonamiento moral, nuestro saldo es desfavorable. Exiliados del estado de bienestar, y extinto el trabajo que alguna vez dignificó a la humanidad, la salvación fue encarnada por la ilegalidad, el rebusque y la «especulocracia», cuyos activos son pasivos o carecen de valor intrínseco.
Perdida la fe hacia el incoherente mercado y su credo fiduciario, parece razonable renunciar a aspirar a algún milagro, pues incluso las apuestas tienen mecanismos manipulados por serviles intermediarios. En nuestra anacrónica “Era de Oligarquía Global” (Oxfam, 23/9/2024), 1% de la población concentra la riqueza, y 99% de los usuarios de Google desestima el botón “Voy a tener suerte”, por nihilismo o desesperanza, aunque penalizaría a ese monopolio.
Con la certeza de que La Gran Sucesión seguirá premiando a los «ninis» plutócratas (The World’s Youngest Billionaires, 2024), la sociedad ruega en vano que sufran crisis o experimenten epifanías para reconocer su falta de méritos y que el éxito de sus benefactores pudo estar arreglado -sesgado- o ser fortuito.
Como alternativa, la justicia socioeconómica debería vincularse explícitamente al azar, según revelaron los Ig Nobel Management 2010 y Economía 2022 (https://t.ly/DpaYq). Aunque parezca locura, EE.UU. atestiguó el Efecto Katz, “rifando alquileres” y German Vargas sorteó “viviendas gratis”. Sin embargo, el botín repartido en esas intervenciones fue insuficiente para contrarrestar las fallas sistémicas, y corregir la mala suerte que condena a la mayoría, arrimada o arrendataria.
Para terminar, el «Nobel» de Matemáticas 2024 demostró la predictibilidad de lo aleatorio, regulando «desigualdades» que incorporan «límites» y aproximan «óptimos». Probemos algo diferente, pues la moneda nunca dejó de estar cargada; igual, el Ig Nobel de Probabilidad 2024 demostró que incluso las justas tienden a caer como el primer registro.