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Cuando Hayek recibió el Nobel de Economía (nobelprize.org, Banquet speech), cuestionó la conveniencia de aquel Premio; creía que su contribución era obsoleta, y le atribuía una tirana omnipotencia.
Errática, la meteorología es más objetiva que la econometría. El tiempo era encomendado a las cartas, antes de que pudiera ser calibrado usando átomos, y la existencia de la materia oscura sólo puede inferirse por la gravedad de sus efectos, tal como sucede con el ficticio dinero fiduciario y su deuda.
La tecnocracia no revoluciona sus disfuncionales paradigmas ni humaniza sus indicadores. Repite, sofistica o inventa mentiras, en complicidad con esa ortodoxia que censura cualquier segunda opinión, cuando relaciona tantas urgencias de salud pública con la miseria oculta por la línea de pobreza.
El estado permanece anquilosado; el mercado apunta después de disparar, pues “invariablemente presenta cifras distractoras” (berkshirehathaway.com/letters/1995.html), y los ciudadanos claman cambiar de modelo-medida, cumpliendo la profecía del Nobel de Economía fallecido este año (Econometric Policy Evaluation: A Critique, Lucas)
Idiotas, antipáticos y nocivos, los expertos en “céteris páribus” agravan las crisis sistémicas tras desconocerlas, pues realizan diagnósticos parcializados; descartan cualquier intervención -paliativa (asistida) o rehabilitadora (reformista)-, y ordenan remisión esperando que lo insufrible se resuelva solo.
Disimulan su incompetencia, negligencia o corrupción, manipulando promedios o inventando categorías para difuminar las alertas que deberían activar los indicadores vegetativos -v.g. inequidad, vulnerabilidad y subempleo-; y, aunque amputaron la dignidad, el irremediable malestar sigue propagándose.
Falaz, la matemática financiera potenció los intereses del minoritario extremo de su inecuación, que parasita gracias a la reproducción de los perdedores, quienes no presupuestan 50% de los embarazos (Neglected crisis of unintended pregnancy, 2022); aunque asumen el riesgo de no tener seguridad social, por cuenta de nuestros regresivos regímenes, probablemente nunca tendrán oportunidad-rentabilidad.
Las cuentas no cuadran. Sofistas, juran que cualquiera está invitado a la fiesta, pero no garantizan que alcanzará la comida, ni que la repartirían, aunque sobrara o la entrada equivaliera a un sacrificio; inmorales, además, el recaudo les parece exagerado, y tienden a anularlo guardando bajo la manga créditos y otros trucos. Corolario, según la distribución de clases de Anif, no existen piso para la pobreza ni techo para la riqueza.
Esos alquimistas deberían eliminar las tasas. Delimitar los ingresos de manera circular, centrándolos en una renta universal digna. Generar espirales virtuosas, manteniendo la base social a la altura, hasta obtener una proporción áurea entre las riquezas máxima/mínima. O fijar un salario único, en 6174, según converge la iteración de las restas entre la mayor y menor permutación de cualquier número.
Investiguen sobre Felicidad Interna Bruta, reflexionen sobre el justo medio y estudien límites; verifiquen la Identidad de Euler, que integra lo irracional e imaginario, e incorpora números imposibles y trascendentes, junto con la nulidad y unidad. Y repasen este entretenido análisis de Fortune, https://youtu.be/e4PYfQ_axJ4?