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Ocampo se lavó las manos ante Samper, y repitió la dosis con Petro. Lo sustituyó Bonilla, quien avaló el incremento del IVA desde una comisión de expertos convocada por Santos, mientras que su hijo, nepotista pero independiente, cuestiona las reformas desde la comodidad del BanRepública.
Hacienda perjuró que la receta “101” servía, porque era capicúa, aunque se esperaba que la lectura del país no coincidiera cuando se “invirtiera” en el gobierno del “cambio”. Sometiéndose a las corruptas calificadoras de riesgo, bancas de inversión e instituciones multilaterales, abanderó la “estabilidad macroeconómica” (transando vulnerabilidad micro) y “responsabilidad fiscal” (a costa del abandono social).
Más de lo mismo, su “reforma” asfixió a las mipymes porque prefirió evadir el desplazamiento de la carga hacia las personas naturales, donde los asimétricos beneficios tributarios y las inequitativas rentas laborales, financieras y hereditarias, mantienen desequilibrada la justicia social.
Eludió los antitécnicos parafiscales, los regímenes especiales y las oenegés. Las pensiones y cesantías no se redistribuyen, ni estimulan al empresarismo local, porque están destinadas a patrocinar privilegiados y extranjeros. Finalmente, sin controles al capital, protegió a los diabólicos paraísos y las plagas de golondrinas.
Su presunta moderación era “impropia” ante la magnitud de las crisis estructurales, siendo necesario extinguir los subsidios a los combustibles, además de “expropiar”, para mitigar la quiebra estatal y la desproporcionada concentración de la riqueza. Pero eso nunca sucederá mientras la ortodoxia siga disfrazada de oveja, y se devore al Dane-DNP, donde “deben” sincerar los diagnósticos y pensar fuera de la caja.
Resulta miserable que Petro siga reportando mediciones fundamentales, como el desempleo y la pobreza, extrapolando los parámetros, umbrales y sesgos que aplicaba Duque -falacia global, así contaminaron a los insustanciales Objetivos de Desarrollo Sostenible, cuya insuficiencia e incumplimiento son normales-.
Otros infiltrados, en el BanAgrario, la SuperFinanciera y el BanRepública, afianzaron la usura como modelo de negocio. Ocampo tampoco contrarrestó esos abusos, y nunca promovió estímulos alternativos, como los controles de precios.
Cómplice o lacayo del “promediocre” establecimiento, su mezquina Renta Ciudadana sigue estando lejos del precario Salario Mínimo, y la excelencia universitaria excluye a la mayoría de los trabajadores y “ninis”. Balance final: el estallido social sigue catalizándose, y el déficit desbordándose.
Según los tecnócratas, “no hay alternativa”. Profecía autocumplida, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el de esta economía” que normalizó la crisis, destruyó lo público, e impuso un desigualitario “sistema de equivalencia “, que menosprecia a 99% de la población (Realismo Capitalista, 2009).
Por eso jubilado Montenegro, mermelada Echeverry, retroceso Mejía y sobrepeso Santa María aportaron nada desde diversos gobiernos, pero dinamitan cualquier propuesta. Sus doctorados no acreditan capacidad de innovación; acaso resuelven ficciones numéricas para el encaje del mal menor, ignorando las fricciones sociales y al bien común.