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Decepcionado por la subasta espectro, donde Partners renunció al grupo y el recaudo caerá 25%, recuerdo que Colombia no tiene en órbita un satélite (de verdad), y nuestras telecomunicaciones están sobrevaloradas.
La humanidad dejó hace rato su reciente huella en la Luna. Pensando en aquella conspiración, la obra de Verne, la cara oculta de Chang’e, el misterioso apagón de Galileo, y ciertos fracasos espaciales, reflexioné sobre algunos delirios, fantasmas o lunares tecnológicos, como los trineos o transbordadores de fake news.
En 1959, las computadoras eran primigenias (Human and Machine in Spaceflight, 2008); sus interfaces, dimensiones y capacidades, estaban años-luz de nuestros smartphones. No obstante, soslayando tales progresos, la conquista espacial fue abandonada o se volvió «remota».
Quizás, la convergencia tecnológica volvió ociosa nuestra curiosidad e inspiración, y esclavizó nuestro albedrío; de hecho, adictos a los artefactos, “se nos va la vida en ganar dinero cuando haría falta ganar tiempo mediante el dinero” (Muerte Feliz, Camus). Verbigracia, considerando las consecuencias ambientales, precarias prácticas laborales, y necesidades más apremiantes, es absurdo que la utilidad neta de Apple sea 42% (Intangible Capital in Global Value Chains, 2017).
Además de pagar ese «traqueto» impuesto tecnológico, empobrecemos las experiencias naturales incorporando automatismos: muchos cuidan más al teléfono que a los niños; algunos disfrutan caminar, sólo si sus app miden suficientes calorías agotadas; otros se pierden los eventos, mientras los graban; M2M, deshumanizamos la comunicación y confundimos la «relatividad»: tan cerca pero tan lejos, nuestras conexiones parecen «nebulosas» o agujeros negros.
Conscientes de esto, el riesgo de glioma (IARC/WHO, 208), la obsolescencia programada o el intrusivo ciber-panóptico, les propongo actuar cual Hijo Pródigo: pulsar «home» para volver a lo básico; eliminar aplicaciones tóxicas y costosos servicios gratuitos; descansar de toda clase de mensajes nimios, superfluos o abyectos; y liberarse del secuestro de su alter-ego digital.
Sísifos modernos, cansados de andar gacho, usando fuerza bruta para arrastrar el portátil -o sostener el Smartphone-, reconozcamos que resulta desgastante cargar a nuestras espaldas -o traer entre manos- prejuicios, emociones y sentimientos. A riesgo de parecer anacoretas, superemos la dependencia y dejemos de soñar con aquella «señal» prometida.
Nostalgia navideña, añoro el 5120 con el que hace 20 años me comunicaba sin sentirme agobiado; ahora existe la posibilidad de adquirir un renovado 2G, pareciendo razonable comparado con un «galaxy» de gama baja. Como sea, liberémonos del trineo en el que nos arrastra la tecnología; bajémonos de esa nube, y abordemos un BaTiMóvil, Básico y Tibetano, para ahorrar Batería (energía) y Tiempo (oro), acercarnos al “Techo del Mundo” y relajarnos.
También disminuiría la contaminación LED, que inhibe el onírico espectáculo sideral. Aprovechemos mejor esos recursos, levantemos la mirada hacia nuestras vidas (Hasta el Fin del Mundo, 1991), y contemplemos a la Luna, que nunca nos da la espalda, aunque se esté alejando 3.78 cms/año.
Con esta imagen, recomiendo Música para Corazones Incendiados (Homes), Grandes Esperanzas (Dickens), e Historia del silencio (Corbin).