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Analistas 08/07/2022

Quejocracia o Quijotecracia

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

Pueblito de mis cuitas, el estado colombiano es tóxico y nuestro estado de ánimo luce trastornado. Puede verificarlo aplicando algoritmos de Sentiment Analysis a los medios de comunicación y las redes sociales, donde abundan las evidencias de invalidación, sometimiento y abuso. Cada colombiano está satisfecho con su Sentido Común (Método, Descartes), y es experto en descalificar a lo demás. Cuestión de reciprocidad, sus semejantes lo juzgan con igual dureza y también actúan de manera egoísta; esa cultura ciudadana se refleja en las vías, verbigracia, donde pitan al unísono condenando el ineficiente desorden, mientras infringen las normas para adelantar al otro.

Tras persignar esos pecaditos, intercambiamos hipócritas saludos optimistas, pontificamos superioridad moral y juramos merecer algo mejor. Igual, en lugar de emular a los nórdicos, seguimos a los erráticos estadounidenses y nos vanagloriamos por no caer tan bajo como Venezuela; sin embargo, son escasas las diferencias entre los estilos de Chávez, Uribe y Trump, o los balances de Maduro, Duque y Obama.

Aunque imitamos los comicios para algunos cargos públicos, desconocemos el “poder del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”, pues el régimen sigue condicionado por el desequilibrio de poderes, y nos convertimos en cómplices del reincidente chantaje electoral apoyando al caudillismo, el voto útil o la abstención.
No hacemos contrición para desactivar tantos pilotos automáticos que normalizaron nuestras desgracias, y terminamos militando una guerrilla pasivo-agresiva: la *quejocracia*. Confortable terapia de grupo, ante el persistente abandono Estatal y la continua transgresión Civil, nos refugiamos en las querellas de cada compatriota, y nos consolamos con la empatía generada por nuestros prontuarios.

Sin embargo, pocos materializan la solidaridad y las mayorías se limitan a conspirar verbalizando su disonante conformidad, aconsejando a unos o gritando a otros mediante las compulsivas subastas de quejas y reclamos, mediante las cuales nos acostumbramos a enfrentarnos, pues permiten personalizar el rol de víctima y apelar a la desesperanza aprendida para rechazar la anhelada ayuda.

A propósito, muchos renunciamos a denunciar ante los odiosos canales PQRS, y otros tantos acuden a las vías de hecho, destruyendo bienes públicos para terminar de afectar a los demás pobres. Aunque según Rànciere la democracia es “la parte de los sin parte”, aquí ni siquiera consumó la alternativa de los *Nadie*, pues nos limitamos a hacer pataleta votando en contra de cualquiera, y no a favor de algún Plan de Estado.

Honrando nuestra quejadera, y el falso moralismo que sistemáticamente viola los principios de nuestra Constitución, Duque deprimió a Colombia hasta el puesto 57, entre 63 países, en el World Competitiveness. Fue tan malo su gobierno, que el optimismo de los colombianos se reactivó tras la elección del Quijote Petro.
Supuestamente, alguna vez lideramos el escalafón de Países Más Felices; mediocre hedonismo, acaso adoptamos vicios para sobrellevar la colombianidad, y escapar temporalmente del malestar auto impuesto por nuestro Estado Social de Hipocresía e Hipocondría Moral. Para terminar, siendo psiquiatra, solicito a la nueva ministra de salud que intervenga a la salud mental: la cenicienta de nuestro irracional e inhumano sistema.

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