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Por la ansiedad causada por el confinamiento y la depresión económica, algunos perdieron el apetito por el riesgo; otros el hambre de gloria, y muchos no tienen para comer. Perdedores, Mischel popularizó una prueba que evalúa si los niños prefieren un «regalo», insignificante e inmediato, o esperan duplicarlo (como «premio»).
Siempre tuve reserva ante el diseño y las «implicaciones» de ese experimento. De entrada, percibo contradictorio publicitar la malnutrición, y calificar como «autocontrol» comerse varios masmelos al momento, en lugar de tomar lo necesario y suficiente; tampoco contempla ceder los excedentes a alguien desfavorecido: convengamos que la voracidad, y la falta de solidaridad, representan la cuota inicial de la inequidad.
Mischel, además, modeló el cerebro distinguiendo dos sistemas, frío y caliente, similares a los descritos por Kahneman en ‘Thinking, Fast and Slow’. Nobel de economía, este psicólogo se apartó de la tradicional utilidad «esperada» -que explica los resultados del experimento configurado por Mischel-, y relativizó la utilidad «marginal»; ley de rendimientos decrecientes, muchos preferirían nueve masmelos, ahora, que uno más a futuro.
También demostró que la pérdida pesa más que la ganancia. Contraste alguien que pierde su empleo, y recibe un mínimo como liquidación; alguien que acepta bajar su salario a un mínimo, para no ser despedido; y alguien que estaba en la olla, pero le acaban de contratan por un mínimo: aunque sus ingresos hoy equivalen, sus satisfacciones divergen.
Finalmente, desveló nuestra reacción ante el riesgo implicado en una oferta, porque preferimos renunciar a ciertas ganancias potenciales si conservamos aquello de lo que disponemos; contrapunto, ante una bancarrota reproduciríamos el sesgo del apostador, empeñando hasta lo que no tenemos, porque creemos que nada queda por perder y sobrevaloramos la posibilidad de recuperarnos.
Volviendo a la pandemia, Krugman, Nobel de Economía aunque economista, comparó el experimento del masmelo con el sacrificio del confinamiento, y la esperanza de reactivar la antigua normalidad (NYTimes, 9/6/2020). Lamento que sus condiciones ideales ignoren las carencias en garantías laborales y servicios universales/gratuitos, para satisfacer necesidades básicas, además de la merecida desconfianza en las promesas de las instituciones, locales y globales.
El ingrediente final lo aportan los melifluos medios, usando la moda «resiliente» para disimular la miseria, y quitar presión a esa economía que sigue el camino de menor resistencia; deformaron un concepto que significa “la capacidad de un sistema de mantener su función y estructura” aunque permanezca en crisis (Managing the unexpected, Pg. 69). Procurando alguna innovación radical, ¿necesitamos una dosis doble (double-dip), de pandemia y recesión, para romper la fijación funcional y estructural de esta disfuncional y «resiliente» economía?
Anticipando la gripa porcina, los días sin IVA ni siquiera privilegiaron al producto nacional; además, la mayoría está desempleada, y sin ahorros, pero le venden el alma al sector financiero para comprar dispositivos. Siguiendo ese novenario, Duque ofrece diezmos por 16% del mínimo; tampoco gratifica a los niños, que ni siquiera tienen un masmelo, y anunció que les robará la Navidad. Grinch.