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La conflictiva historia laboral de James Rodríguez sirve para reflexionar sobre la selección de talento y la gestión humana de los semidioses.
Primero, la Selección no debería volver a convocarlo o investirlo como capitán, porque su conducta es opuesta a lo ejemplar. Tal como 1% que concentra el poder mundial -o 99% de nuestros empobrecidos compatriotas- tiende a despreciar las normas, manipular a sus “semejantes” y no demostrar remordimiento.
Segundo, nunca lo contrataría. Su inestabilidad estuvo impulsada por el narcisismo, y una caprichosa desalineación contra los objetivos de sus empleadores. Acumulando faltas de humildad y profesionalismo desperdició oportunidades de ensueño, y renunció a otras que le ofrecían complacerlo hasta que se consolidara.
Tercero, en un mundo de alta competencia, su desempeño es engañoso e insostenible. Como si vendiera árboles de Navidad, acaso trabaja un mes y realmente no ha estado cosechando diamantes. Su compensación debería conjugar disponibilidad (lesiones), uso (minutos jugados) y productividad (individual y colectiva).
Cuarto, su desarrollo es nulo. Tenía potencial, pero censuró la retroalimentación que lo orientaba hacia el fútbol total. Los oportunistas medios transigieron sus erráticas conductas, y su red de apoyo reforzó sus distorsionadas creencias. Aunque tuviera mentalidad ganadora, tanta desregulación y dependencia del reconocimiento jugaron en su contra; al respecto, recuerdo que Ted Lasso intentó aterrizar a una estrellita diciéndole que “estaba tan seguro de ser uno entre un millón, que desafortunadamente se le olvidaba que era uno más entre sólo 11”.
Quinto, parece moldeado por la economía “gig”. No soporta tener jefe y se conecta exclusivamente cuando sabe que lo calificarán usuarios que pueden afectar su récord. Desagradecido, casi todos los mortales están encadenados a la esclavitud moderna del rebusque.
Sexto, reacciona conforme a las nuevas generaciones. Aunque se enriqueció “jugando”, ahora que la exigencia es superlativa -quien no triunfa antes de los 20 años es tratado como fracasado y el rendimiento equivale a desgaste (el burnout es una enfermedad ocupacional reconocida desde el año de la pandemia)- prefiere escapar o procurar periodos sabáticos, dedicando su tiempo, energía y concentración al ocio o el entretenimiento.
Séptimo, necesita aprender a recibir ayuda. Ningún favor le hacen quienes le siguen la corriente. Quizás detesta aquello que lo convirtió en millonario -algo similar le sucedió a Iván René Valenciano, quien terminó reconociendo adicciones-. Víctima de sus autosabotajes, sigue siendo vulnerable a la autodestrucción.
Octavo. No se deje confundir por quienes saben venderse. Hay pocas personas impresionantes, algunas pretenden hacerse las interesantes y muchas no tienen interés en aportar, aunque impongan sus términos en la negociación. Aspirando a sentirse o parecer indispensable, desde la banca, en cada entrevista finge compromiso, recordando sus éxitos y proyectándose hacia 2026, simulando “qué pasaría si…”.
Noveno. Parafraseando a quien temporalmente perfeccionó la bombilla incandescente, Edison, la genialidad depende 1% del talento o la inspiración, y el resto lo suma la transpiración.