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En los olímpicos del gran confinamiento, me identifiqué con Biles (a quien previamente admiraba). Muchos creían que era un robot o una diosa, por la perfección de sus rutinas. Olvidaron que, pese a pesar la gloria, sólo era otra humana experimentando osadías y odiseas.
A través de su progenitora vio cómo los vicios destruyen a quienes no logran superar las tribulaciones de la vida y los abusos de la economía. Mientras aprendía que la verdadera madre es aquella que cría, los caprichos del clima desviaron la ruta de su colegio hacia un entrenamiento de gimnasia artística. Imagino que tras descubrir su vocación no soñaba con tener millones de dólares o seguidores; quizás tampoco aspiraba a ganar competencias o convertirse en la mejor deportista de la historia: simplemente quería disfrutar esa práctica.
Sustituyó la enseñanza tradicional y sacrificó las distracciones mundanas, para dedicarse a cultivar su disciplina. Profanando su segundo hogar, el médico de su equipo la agredió sexualmente, y la burocracia la abandonó. Valentía o sadismo, conquistó pruebas padeciendo fracturas y cálculos. Finalmente, descubrió que el triunfo era otro impostor (Si…, Kipling), y la corona *oropel*.
Los especialistas destacan que la fusión flexibilidad-fuerza la diferencia de sus competidoras, y neutraliza las desventajas de su biotipo. Además, su prodigioso sentido de orientación le ha permitido atribuirse múltiples saltos mortales, de los cuales cae de pie, sonriendo y mirando hacia adelante. A partir de esas fortalezas, *oro* por su bienestar.
Algunos lamentaron que perdiera, sin interesarse por su recuperación; otros explicaron que los detonantes serían hormonales o el carácter de esa generación. Semejantes comentarios emergen por la frustración o envidia de quienes los emiten; además, los ignorantes son tan atrevidos que, por ejemplo, tachan a Messi de pecho frío.
Esos deportistas parecen extraterrestres porque en ellos se conjugaron varios milagros: suerte e inteligencias múltiples, como la emocional. Por eso tienen oportunidad de hacer algo significativo o trascendente; sin embargo, la ambición es tóxica y convierte esas virtudes en vicios.
Idealizados, esos superhéroes no usan máscaras; pero también luchan contra sus propios fantasmas, y los corrosivos juegos mentales de aquellos grupos de interés que los desafían a superar cualquier límite, aunque eso implique sabotear la ética (competencia desleal) o debilitar su resiliencia (burnout). Inofensivo, todo empieza usando la competencia como placebo o el triunfo como psicoactivo; sin embargo, el mérito se convierte en tirano y el éxito, sobreestimado y adictivo, apenas ofrece rendimientos decrecientes.
Michael Phelps, leyenda de la natación, explicó que su depresión no se curaba con un abrir y cerrar de ojos, y tuvo ideas suicidas en Londres 2012. La carrera de los deportistas es corta; quizás se extinga la llama olímpica de Biles (ojalá no te «ju-biles»), pero ruego que no integre el mítico Club de los 27 en 2024, año de las justas en la ciudad luz.
Los más «há-biles» también pueden sentirse «dé-biles». Entonces, no te «obnu-biles» si la vida y el trabajo parecen competencias paralímpicas, desde la perspectiva psicosocial: en esta oportunidad, la dignidad derrotó al ego.