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Belleza consciente, ¿por qué perdemos sensibilidad para apreciar lo suficiente y olvidamos disfrutar lo valioso?
Carpe-diem, asimilando la precocidad de su victoria, Egan Bernal capoteó imprudentes periodistas, ansiosos por saber si superaría récords; clamando respiro, dedicó minuto de silencio a un colega (coetáneo).
Esas exageradas inquisiciones preocupan la tranquilidad y satisfacción; encadenan expectativas, condicionan el mérito e ignoran la incertidumbre de la vida. Además, equiparan nuestros valores con los económicos, y generan inequidad dividiéndonos entre ganadores y perdedores, en un mundo donde sobrevivir es una hazaña.
Los bucles de entelequias tribulan nuestra experiencia; gravan la existencia, como el arrastre de Sísifo (Tour 202x) o la carrera donde Aquiles perseguía a una tortuga (Paradoja de Zenón). Pobres humanos, siguiendo el “Rastro de un Sueño” (Hesse), escalamos la pirámide del héroe o deidad (Awakening the Heroes: Archetypes to Find Ourselves and Transform Our World, 2015).
Acosados por una sempiterna adolescencia (El Criticón, Gracián), criada a imagen y semejanza del pecado original, nos prohibieron el paraíso; asociaron a esa inocente Zona de Confort la trillada etiqueta «mediocre» (confusamente “de calidad media” y “de poco mérito, tirando a malo”. RAE), e infravaloraron “Ser eminente en profesión humilde” porque “No toda arte merece estimación, ni todo empleo logra crédito” (El Héroe, Gracián).
Reducidos al absurdo y el melodrama, el éxito es el soma de la felicidad. Envidia y avaricia presuponen conflicto para la admiración, participación y gratitud; algunos pierden el honor a costa del triunfo, y otros son opacados por la presión de tener que ser o hacer algo digno de reconocimiento ajeno (escrutinio subjetivo, caprichoso y oportunista), rogando misericordia cuando el sueño se vuelve pesadilla, lo superan u olvidan (“Piensa en mí, Luego Existo”. Mentalizing in Clinical Practice, 2008).
Nuestra influencia es exigua, y cedemos control sobre sí. Nuestra milagrosa vida confunde penitencia y peregrinación, y se desgasta ocultando indelebles Talones de Aquiles -carencias, arrepentimientos o heridas-, desafiando los Límites del Crecimiento o la Ley de Rendimientos Decrecientes, y ahorrando alegría durante los escasos y sacrificados logros (threshold, target & stretch).
Valoremos nuestras virtudes, antes que eliminar los defectos; neutralicemos saldos, sin sentirnos superfluos o mezquinos, recordando que la “Mejor Alternativa a ese Acuerdo Negado” puede ser el «MAAN-tra» de Voltaire: “perfecto es enemigo de bueno”.
Renunciando a sensaciones desvalidas, reconozcamos que somos vulnerables y, aunque ni siquiera haya oportunidad, fracasar es no intentar; pero no sigamos siendo esclavos de los superlativos, que empeñan nuestra vitalidad. Sin creernos seres superiores, ni obsesionarnos con maravillas, hagamos del bien -mínimo necesario y suficiente- algo cotidiano; aunque le dé lo mismo, eso hará la diferencia. Sea esto el comodato de la vida, y la revolución de las pequeñas gestas.
Y, comparado con Messi, no lo tratemos como argentino; bien dijo, “quiero ser feliz en la bici”. Amén (Trabajos Perdidos, Mutis).