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El escándalo de “+57” fue monumental. Miles de personas reaccionaron indignadas ante una canción que, sin duda, nunca debió grabarse como originalmente se hizo. Pero, ¿qué fue lo que realmente ofendió? ¿La letra? ¿La alusión a la explotación sexual infantil? ¿O el hecho de que nos puso de frente con una realidad que preferimos barrer debajo de la alfombra?
Es fácil criticar. Señalar a los artistas, exigir disculpas públicas y pedir censura es cómodo. Pero hay algo mucho más incómodo que la canción: reconocer que la explotación sexual infantil no es ficción, sino una herida abierta en nuestro país. Y peor aún, que hacemos poco o nada para sanarla.
Cada año, miles de niños en Colombia son víctimas de redes de explotación sexual. No es algo que se limite a las zonas marginadas; está en las ciudades, en las periferias y en la indiferencia colectiva. Pero, ¿dónde están las políticas públicas efectivas? Más allá de discursos y promesas, ¿qué hemos hecho como sociedad para prevenir, proteger y castigar?
La canción desató un debate sobre moral y arte, pero evitamos el verdadero tema: el abandono institucional, la falta de educación, y la cultura que romantiza el poder y la dominación. Nos indignamos por una letra, pero no exigimos justicia para las víctimas reales. Pedimos censura, pero no soluciones.
Si realmente queremos cambiar algo, necesitamos incomodarnos. Hablar de frente. Reconocer que no basta con indignarse en redes sociales o firmar peticiones. La explotación sexual infantil no desaparece con escándalos virales. Requiere un compromiso real: educación integral, leyes aplicables, recursos para las víctimas y, sobre todo, valentía para enfrentar las verdades que no queremos admitir.
“+57” no es el problema. Es un síntoma de lo que no hemos querido resolver. Seguimos escandalizándonos por las formas y evadiendo el fondo. Nos ofende más una canción que las cifras que revelan lo que sucede cada día en este país. Nos duele más nuestra imagen que la realidad de quienes no tienen voz.
Así que aquí estamos, con un escándalo más que pronto se olvidará, mientras la explotación sexual infantil sigue ocurriendo, invisibilizada por nuestra cómoda hipocresía. Porque hablar duele, pero actuar cuesta más.
La pregunta no es si “+57” debió grabarse o no. Eso es claro. La verdadera pregunta es: ¿qué haremos con la verdad que nos puso en la cara? ¿Seguiremos gritando por likes, o empezaremos a movernos por el cambio?