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Colombia: paraíso para unos, infierno para otros. Esa es la realidad de un país de extremos y contradicciones que vive como el perro que trata de morderse la cola y nunca lo logra. Así podemos resumir nuestra historia política y económica.
En nuestro país avanzamos en discusiones de alto nivel, como si quisiéramos salir de ostracismo cultural en el que vivimos anclados por ser una sociedad egoísta y altamente pretenciosa, pero retrocedemos en el tiempo solo con un plumazo, como si no fuéramos conscientes de nuestra propia tragedia.
En 2015 dimos un gran paso frente a la prohibición de sustancias altamente nocivas para los seres humanos y que han sido proscritas en muchos países por su alto índice de mortandad: eso pasó con el glifosato.
El Ministerio de Salud y Protección Social ordenó suspender el uso del glifosato como método para combatir los cultivos de marihuana, coca, etc., denominados con el genérico de “ilícitos”.
Quienes hemos estado inmersos en causas referentes a sustancias nocivas para la salud, y otros que no, celebramos con entusiasmo un paso importante para preservar la salud de quienes tienen que vivir rodeados del macabro negocio del narcotráfico.
Hoy, tres años después de un importante avance, revivimos una discusión que parecía superada. Pretender volver a las fumigaciones con glifosato para combatir los cultivos ilícitos es un retroceso no solo para la salud de los colombianos, sino que nos devuelve a prácticas que han demostrado su poca efectividad y sí su gran afectación en el cambio de los suelos, su “fertilidad” y la posibilidad de sustitución de estos cultivos para el aprovechamiento en alternativas agrícolas que traigan un beneficio real y oportunidades a quienes padecen el negocio del narcotráfico en sus verdaderas dimensiones. Esto, solo por tratar de combatir con gasolina el fuego del narcotráfico, que sigue creciendo y consumiendo nuestra riqueza como país.
Esta discusión no solo la debemos encasillar en asuntos de salud pública, si bien es importante y es un deber de un estado social de derecho salvaguardar la vida y salud de sus habitantes.
También es obligación de este Estado generar los cambios que se necesitan para realmente extinguir el narcotráfico como fuente de “oportunidades” para los ciudadanos, generando alternativas viables y de desarrollo económico que permitan a quienes históricamente han vivido rodeados de las opciones que genera este “negocio” considerar voluntariamente dejar de sembrar coca (solo por poner un ejemplo) para dedicar su vida a otra actividad de la que se pueda vivir, y no como pasa hasta hoy con los proyectos productivos gubernamentales: sobrevivir.
No es posible que la única opción para erradicar los cultivos de coca, marihuana, etc., sea el glifosato. En Colombia tenemos que aprender a innovar desde nuestra realidad y generar soluciones viables, concretas y con futuro a los problemas que desde años atrás hemos padecido, pues las utilizadas en el pasado no fueron la cura para una enfermedad que se volvió inmune a los remedios facilistas.
El llamado desde esta columna es a que evitemos retroceder en lo que como sociedad hemos avanzado. Entre los pocos logros destacables del gobierno Santos y atribuibles al exministro Alejandro Gaviria está la prohibición del glifosato como agente para la erradicación de cultivos, por lo que espero que el presidente Duque -que tanto nos habla de innovación- aplique el pensamiento diferencial para generar y poner en práctica las verdaderas soluciones a un problema que ya deberíamos conocer bien.