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La salud mental de los deportistas está hoy bajo la lupa como nunca antes. Más de un tercio experimenta ansiedad (34%) o depresión (26%). Un estudio global con más de 23.000 atletas muestra que 35% sufre problemas psicológicos en su carrera, y algunos análisis elevan esa cifra a 51%. Detrás de los números hay vidas reales: presión constante, lesiones, escrutinio mediático y una identidad atada al rendimiento. Simone Biles, Naomi Osaka y otros campeones han expuesto sus batallas mentales, rompiendo el mito del atleta invencible.
La OMS lo dice claro: la salud mental es parte esencial de la salud total. El Comité Olímpico Internacional reconoce que los trastornos psicológicos en atletas son comunes y pueden afectar el rendimiento. No basta con músculos fuertes; si la mente está herida, ese “rival invisible” puede sabotear el resultado. Lo físico y lo emocional no se separan.
Frente a esto, la pregunta es: ¿qué marca la diferencia entre un atleta que se derrumba y uno que alcanza su máximo potencial? En mi experiencia acompañando procesos de transformación, la respuesta es simple y poderosa: la sanación emocional. Durante años se entrenó el cuerpo y la técnica, pero se ignoró el estado emocional. Hoy entendemos que el éxito sostenido requiere trabajo interno. Lo he visto muchas veces: un deportista puede estar en forma, pero si por dentro carga miedo, rabia o inseguridad, su cuerpo lo reflejará.
El rendimiento se ve afectado por emociones no resueltas. El miedo al fracaso paraliza. El duelo no vivido sabotea. La ansiedad bloquea. Pero cuando un deportista se atreve a mirarse adentro, a sanar lo pendiente, algo cambia. Juega con más libertad, con más enfoque, sin fantasmas. El entrenamiento ya no es solo físico, también es del alma.
La psicología deportiva tradicional se queda muchas veces en la superficie. Visualizar la victoria ayuda, pero no transforma lo profundo. No basta con pensar positivo si el corazón está roto. Por eso propongo ir más allá: sanar desde la raíz. Entender qué heridas están activas y transformarlas. Es un trabajo valiente. Afrontar el pasado, perdonarse, reescribir su historia. Pero ese viaje lo cambia todo. He visto atletas renacer, reencontrarse con el amor por su deporte, competir desde el deseo, no desde el miedo.
Y esto no solo mejora el rendimiento. También los prepara para la vida. Muchos deportistas se desorientan al retirarse porque todo su valor estaba atado al resultado. Cuando hay sanación, hay propósito. Cuando hay paz interior, hay claridad. El deportista se convierte en un ser humano completo, no solo en una máquina de rendir.
El deporte exige todo del cuerpo, pero también del alma. El éxito verdadero no es solo ganar medallas, es no perderse a uno mismo en el camino. La sanación emocional es el verdadero artífice del éxito deportivo porque libera, fortalece y sostiene. Al final, la mayor victoria no es contra el rival: es contra el miedo propio. Quien se gana a sí mismo, ya ganó.